Algo profundo ha cambiado en la política española para que cualquier análisis sobre el rumbo del país pase por la omnipresencia de Podemos. El fenómeno -de momento es eso- irrumpió hace apenas un año, con las elecciones europeas, y desde entonces ha sido la nota de color en todas las encuestas, tanto por su imparable acenso en intención de voto (Andalucía confirmó la sospecha), como por su techo electoral, que también parece tenerlo.

Podemos es sobre todo, de momento, un experimento de politólogos, que se aprovecha tanto del descontento social como de la crisis moral

Bienvenida sea, por tanto, cualquier aportación que arroje algo de luz al respecto, como la del periodista y analista político Javier López en #MasAlladePodemos, editado por Sekotia. Les adelanto que es un libro lúcido, riguroso y amable, tres adjetivos difíciles de casar cuando el único hilo argumental para sostener un relato es el análisis político. Javier López lo ha conseguido gracias a un género, el epistolar, especialmente eficaz para explicar no sólo lo que ha pasado en España desde la Constitución de 1978 hasta ahora, sino lo que está pasando y lo que puede pasar, que deja a la imaginación del lector. De momento, Podemos no pasa de ser un experimento ideado por un grupo de profesores de la Facultad de Políticas de la Universidad Complutense de Madrid. Fue ahí, en ese espacio, donde se gestaron una serie de planteamientos de difícil digestión política y desde el que saltaron después, como probando fortuna, una serie de personajes prácticamente desconocidos hasta entonces. Pero, ¿quién no conoce hoy a Pablo Iglesias, al purgado Juan Carlos Monedero, a Carolina Bescansa o a Iñigo Errejón? Pues bien, de todo esto, de cómo ha nacido y avanzado el fenómeno de marras, se ocupa Javier López. Vaya por delante que la formación de Pablo Iglesias presenta algo inédito en la política española, la llegada del populismo, que sí han experimentado otros países europeos como Italia, Francia o Inglaterra, con el estrambótico Movimiento 5 Estrellas, del cómico Beppe Grillo, el ultraderechista Frente Nacional de Le Pen o el eurófobo UKID de Nigel Farage. La causa en ese tipo de fenómenos es siempre la misma: el oportunismo político que provocan la insatisfacción y el descontento social. Aparece siempre en momentos críticos, en los que piden paso nuevas ideas para corregir lo que no ha funcionado correctamente o, sencillamente, lo que ha fallado. Y en paralelo, se ofrecen remedios regeneradores, pero sin la suficiente consistencia o credibilidad. Es la ocasión que aprovecha todo populista, con un mensaje simplón, demagógico -y por eso mismo, indefectiblemente abocado a infinitas correcciones-, pero que cala peligrosamente en la opinión pública como el cloro en una piscina. Las insólitas expectativas de voto de Podemos, un partido neocomunista al fin y al cabo y a estas alturas de la historia, son la mejor prueba de ello. El siglo XX está lleno de valiosos ejemplos en ese sentido, en los que se dieron rienda suelta a auténticos energúmenos o a tiranías escalofriantemente crueles. El régimen nazi o el soviético fueron sobre todo -conviene no olvidarlo-, experimentos de ingeniería social para fabricar un hombre nuevo, al margen de la antropología más elemental sobre la condición humana. Pero es precisamente en esa ingeniería social donde se esconde lo más perverso de Podemos, una nueva "izquierda fascistizada", en palabras de Javier López. Lo de menos es quién es el hombre, un espíritu en el tiempo; lo de más, hay que ajustarlo a un patrón ideológico de ensayo para ver cómo funciona. Es lo que se hace hoy todavía en China, Corea del Norte, Cuba o en la Venezuela chavista de Maduro. En el caso de España, las raíces del fenómeno Podemos son dobles. Por un lado, un cansancio real del bipartidismo político, que han alimentado tanto los numerosos casos de corrupción como la ausencia de dirigentes políticos de altura. Ese bipartidismo se estrelló simbólicamente, como explica Javier López, en las elecciones europeas de mayo de 2014, en las que también emergió, con cinco escaños, Podemos. Entre el PP y el PSOE no sumaron el 50% de los sufragios. Y por otro lado, está también una crisis económica feroz, la que arrastramos desde 2008, que se ha convertido, como ha sucedido otras veces históricamente, en el mejor caldo de cultivo para prosperar entre la mediocridad política.

Con la formación de Pablo Iglesias ha llegado algo inédito en la política española: el populismo de un partido neocomunista

Pero junto a esas dos crisis -política y económica- hay otra crisis latente mucho más poderosa y de naturaleza ética, de valores, sin cuyo análisis tampoco se comprende Podemos. Lo explica muy bien Javier López: "De ser un país considerado como defensor a machamartillo de la moralidad más tradicional (no exenta, claro está, de buenas dosis de hipocresía) se ha pasado en cuarenta años (periodo muy corto para este tipo de transmutaciones) a ser una de las avanzadillas occidentales de los llamados derechos civiles, que siempre son una bendición si no vienen precedidos de toneladas de ideología, con apoteosis final en los años de Rodríguez Zapatero al frente del Gobierno. Cuando tengamos suficiente distancia para contemplar con perspectiva este cambio tan brutal un latigazo de estupor nos correrá las entrañas. Tengo para mí que solamente los pueblos que no saben lo que quieren, o los pueblos profundamente fragmentados, son capaces de oscilar tan rápidamente de un extremo a otro, en este caso del aspecto moral". En el viaje que plantea Javier López en #MasAlladePodemos tiene, en efecto, mucha importancia la España que dejó Zapatero, pero sería muy simplista deducir que todo nace de ahí. La exploración del periodista, a través de las veinte cartas escritas a un querido interrogante, tiene otras muchas aristas que invitan también a otras tantas consideraciones: la no separación entre el Poder Ejecutivo y el Poder Judicial desde la ley socialista de 1985 (la muerte de Montesquieu, se dijo entonces); el papel de los sindicatos, anclados todavía en la superada lucha de clases; la Monarquía, entre un Rey abdicado y otro Rey que se abre camino sin las ideas de su padre; la difícil ecuación de un Estado del Bienestar con pirámide una de población como la española de dimensiones trágicas; la configuración del Estado de la Autonomías, con el disenso (un término muy de la Transición) permanente, cuando no desafiante, de los nacionalismos periféricos… y un largo etcétera. Todo lo anterior es lo que quiere borrar de un plumazo Podemos con argumentos como el de la casta u otras consignas -vagas, etéreas, viejas,  inconsistentes- que han trepado en el terreno político gracias también al bombo y platillo que les han regalado a sus dirigentes en los platós de televisión. "Queremos conciliar el colectivismo con la persona", me explicaba en septiembre de 2014 uno de los ideólogos de esa formación  cuando acudí, por curiosidad, a una de sus asambleas ciudadanas. Aquello quedó escrito en 'Podemos, entre fenómeno y copia. ¿Para qué emplear la imaginación cuando Lenin lo dijo todo?'. En ese texto explicaba las raíces ideológicas que nutren a los dirigentes de Podemos, el postmarxismo de Ernesto Laclau o el eurocomunismo de Antonio Gramsci…  y también las referencias en países hispanoamericanos en las que navegan los dirigentes de Podemos. En fin, ahí está el fenómeno, el de Podemos, ya convertido en proyecto político, al que se une una consideración inevitable. España, esencialmente cainita, no es un país muy dado a experimentos rupturistas en los que se confunden las aspiraciones políticas con la realidad social. Suelen acabar muy mal. El último ensayo fue la II República, con un trágico desenlace conocido por todos. Pretender acabar de un plumazo con la Transición, que fue la salida pactada a la dictadura de Franco tiene un riesgo. Pero eso es todo lo que ofrecen los politólogos de Podemos: un rompe y rasga radical como si todos hubiéramos sido hasta ahora más o menos que imbéciles. Rafael Esparza