Un lector de Hispanidad no entiende el porqué de mi aversión a las fusiones, tanto bancarias como empresariales. Pues muy sencillo: no me gustan las fusiones porque reduce el ‘pluralismo’ bancario pero sobre todo, por otra razón: si en España existiera despido libre los bancos y las empresas no necesitarían fusionarse.

Y entonces pasan cosas como que un veterano presidente de banca, ya retirado, me confiesa su duelo porque en su banco, el que presidió, le tratan cada vez peor. Especialmente a los mayores: aquellos que no saben manejar los medios digitales.

Y la segunda razón por la que no me gustan las fusiones es porque reducen el pluralismo, al tiempo que hacen más grandes a los operadores. Vamos que me gusta lo pequeño, que es lo gobernable y lo libre, mientras lo grande siempre es un caos y, además, siempre abusa del pequeño.

Además, por lo general, una fusión es igual a despidos masivos. La prueba es que, si hubiera despido libre, nadie se fusionaría para reducir plantilla

Lo que quiero decir es que toda fusión es un parto, o sea, doloroso, y que toda fusión es mala para la sociedad. El número ideal de socios es un número impar inferior a tres.

Es más, Chesterton, un liberal, aseguraba que si una empresa se hacía demasiado grande lo que había que hacer era freírla a impuestos hasta trocearla en pequeñas empresas. Y era un liberal.

Lo pequeño es hermoso: no a las fusiones.