Estados Unidos atraviesa un momento delicado tras el paréntesis que ha supuesto la legislatura de Donald Trump en la disparatada carrera por parecerse cada día más a la decadente Europa.

Trump detuvo el proceso por el que Estados Unidos, el último país de Occidente en caer, también se nos estaba volviendo progresista, pero con el católico abortero Joe Bidentras una campaña de destrucción rabiosa del trumpismo, que pretende llevarse más allá de Trump… regresa la obsesión suicida.

Como ocurrió durante los años sesenta y setenta del pasado siglo, con punto álgido en la guerra de Vietnam, los norteamericanos aseguran que los malos son ellos. Los buenos son sus enemigos, sean chinos o musulmanes. Bueno y también las minorías que reprochan a la mayoría de la población que no les pida perdón eternamente y que, además, les sustente: el sueño americano convertido en vivir del cuento. Y encima, en ambiente guerracivilista.

De la tendencia suicida norteamericana le salvó, en 1980, Ronald Reagan, autor de las ocho palabras más peligrosas que pueden escuchar un hombre bueno: “soy del Gobierno y he venido para ayudar”.

Actualizado, la misma filosofía emana del espléndido discurso de Donald Trump ante Naciones Unidas en 2019. Después de pronunciarlo, todo el poder político y empresarial norteamericano se conjuró contra Trump. Había que hacerle caer a cualquier precio.

Cuando los estadounidenses se empeñar en suicidarse, el sueño americano se convierte en vivir del cuento

Pues bien, ahora, con Joe Biden se acentuará la tendencia progre del único país que no había caído en la mentecatez progresista.

Y ahora no cabe duda, con los primeros pasos de otra católica abortera, la demócrata Nancy Pelosi: de nuevo, como en los años 60 y 70, Estados Unidos está empeñado en suicidarse. En esta ocasión,  por ingesta excesiva de progresismo, un producto extraordinariamente tóxico.