Lo cuento en Minucias Visuales:

Los tontos se mofan de la anterior generación, los listos se mofan de la generación actual, de la suya propia.
El tonto, a día de hoy, es el progresista. Es decir, el que considera que es mejor que sus padres simplemente por haber nacido más tarde.
El progre es un necio que cree, a pie juntillas, que el hombre del siglo XXI es mejor que el del siglo XX, éste que el del XIX y así sucesivamente.

¿Cómo definir el progresismo?. Así: ¡Abajo los curas y arriba las faldas!

¿Por qué? Porque sí. Porque es un progresista. Es lo que se lleva.

Vivimos una campaña electoral marcada por el concepto de progresismo, que continúa teniendo idéntico pedigrí al de hace 30 años, lo cual comienza a resultar un tanto cansino.

Pedro Sánchez, presidente en funciones se define, más o menos en todas y cada una de sus intervenciones, como “progresista”. En el fondo, el  progresismo puede definirse de esta guisa: ¡Abajo los curas y arriba las faldas! Es decir, me fastidian todos aquellos que creen en algo, que confían en algo, que poseen algún principio.

La ecuación del amargado: un ansia siempre creciente de un placer siempre decreciente

Al tiempo, yo, progresista, creo que la libertad es algo que se circunscribe a la entrepierna, aunque luego me quede en pornografía, en sexo icónico. Lo que caracteriza al mester de progresía es la banalización de la sexualidad.

Pero en cualquier caso, que nadie se atreva a imponer barreras a la liberación sexual hasta conseguir la ecuación favorita del adicto amargado: una ansia siempre creciente de un placer siempre decreciente.

No se equivoquen, hay progres de izquierdas y progres de derechas

Y por todo ello, no se me confundan, hay progres de izquierda y progres de derechas. Pero ambos son progresistas: ¡Pobres progres!