Una calle típica, (Huerta de Castañeda), de un barrio típico (Lucero), de Madrid. Hasta hace bien pocos años la calle enlazaba tiendas de alimentación peluquerías, pequeñas tiendas de confección, casa de comida, alguna papelería y librería, tienda de electrodomésticos... Casi todo eso ha desaparecido. Ahora ,en un recta de 25 metros, pueden verse dos casas de apuesta y una casa de tarot. Insisto, barrio obrero: en las casas de apuestas -verdaderas multinacionales- te vacían el bolsillo y si consiguen crear adicción, que de eso se trata, te vacían la mente.

Con la superchería del Tarot, la Santería y otras supercherías, te vacían el alma, lo que algunos consideramos aún más grave.

Las grandes superficies han presionados para que las nuevas promociones inmobiliarias se construyan sin bajos comerciales. Visto lo visto, los comercios que han sustituido a las viejas tiendas de barrio, a lo mejor no es del todo malo.

A 100 metros de tan culturales establecimientos, hay una Iglesia, San Leopoldo, que durante la Pandemia ha atendido a centenares de familias, sobre todo ecuatorianas y filipinas, aunque también españolas, que se habían quedado sin dinero para comer. Sí, para comer. Y no por ello los dos curas que tiene la parroquia dejaron de atender las necesidades espirituales (hay gente rara que siente estas necesidades) de los parroquianos, también durante el periodo de confinamiento.  

Economía y moral no sólo no son dos líneas paralelas: son lo mismo

¿Cómo es posible que esos establecimientos proliferen cuando la gente no tiene dinero para comer y vivimos en tiempo de materialismo práctico? Muy sencillo: en cuanto falta le fe llegan la superstición y las crisis económicas no sólo vienen por la falta de trabajo si no también, por gastos en vicios... o por falta de ganar de trabajar. A lo mejor no es una cuestión de ingresos, sino de gastos.

Y esto es bello e instructivo, porque otro párroco de otra parroquia, en cercana zona empobrecida de Madrid, me comentaba que no le gusta nada el alabado salario social, puesto en marcha por el actual Gobierno a cambio de no hacer nada. Asegura que alguna de sus feligresas -casi todas, asimismo, inmigrantes- le cuentan que sus maridos -o parejas, seamos progresistas- utilizan buena parte del salario para emborracharse en el bar, que apenas les dan dinero y, encima, corren el peligroso riesgo de alcoholizarse o. lo que es peor, se están acostumbrando a vivir de la subvención y no buscar empleo nunca jamás.

Sí, la economía y la moral no sólo no son dos líneas paralelas que nunca se juntan: es que son lo mismo, una misma cosa.