La idea de un Pedro Sánchez o de un Albert Rivera, o de un Pablo Casado, o de un Pablo Iglesias, por poner algún ejemplo entre muchos, es que la religión no debe salir de la conciencia personal, no debe influir en la vida pública. Y esto no es una idea buena o mala: es simplemente imposible, algo parecido a lo que Borges afirmaba sobre los peronistas: no son ni buenos ni malos, son incorregibles.
Frente a quienes sostienen la muy progresista idea de que la religión es un apéndice social al que no conviene hacerle mucho caso, Lord Acton, un político e historiador británico, no precisamente un entusiasta católico, aseguraba que la religión es la clave de la historia. 
¿También hoy, en el siglo XXI? Más que nunca. 

Dime en que crees y te diré tu futuro 

Un hombre es antes que nada, su fe... o su falta de fe. Dime en que cree una persona y te diré como es y como actuará ante cualquier interpelación, vital, personal o social. Y esto, se trate de un rico o de un pobre, de un listo o de un tonto, de un varón o de una mujer, de una joven o de un anciano. 
Y tampoco sirve lo de no creer en nada. El ateo sufre la religión más opresiva de todas: la que le lleva a sentirse un juguete del destino o, dicho de otra manera, un esclavo perdido en una universo ciego y en una vida sin sentido alguno. 
Así que la historia no depende ni de la la de clases ni del triángulo vital: estómago, sexo y bolsillo. Depende de la creencia y cosmovisión de cada hombre y de las creencias dominantes en cada época.

La religión, nos guste o no, es la clave de la historia y el ateísmo, el credo más esclavizante

Dicho de otra forma, la vida es riesgo y la fe es peligrosa: Fuego ha venido a traer a la tierra…