La frase es de Juan Pablo II, que además de santo era sabio y brillante. En efecto, es mejor una guerra contra la injusticia que una paz soportada sobre la explotación del prójimo.

Pero hasta ahí la cosa es fácil, podría entenderlo hasta Pedro Sánchez. El asunto es cuando Wojtyla da un paso más: no hay justicia sin perdón,

Porque no sólo es que la justicia deba ser prioritaria es que, vamos más allá, resulta que el hombre ni tan siquiera es capaz de ser justo. Como mucho, se acerca más o menos a ese concepto.

O lo que es lo mismo: aun cuando el hombre posea rectitud de intención siempre cometerá injusticias… por las que tendrá que pedir perdón. El justo peca siete veces al día.

Y, naturalmente, de nada sirve perdonar -de nada le sirve al agresor- si el agresor no está arrepentido.

Se cierra el círculo.