Conozco un buen párroco de Madrid que el domingo de resurrección se puso a la puerta de su iglesia indicando a los feligreses que la misa por la tele no cumple el precepto.

Y es cierto: el precepto dominical sólo se cumple acudiendo a la eucaristía 'presencial', la única posible. Otra cosa es que, por razones de edad o salud, no se pueda, en cuyo caso lo que se debe hacer es pedir la comunión en casa... y no está obligado a cumplir el precepto.

Ahora bien, si nuestro buen párroco se ha visto obligado a lanzar la advertencia es porque el obispo de Madrid, y otros muchos, aconsejaron en su día, y ahora no rectifican de forma expresa, que la gente no acudiera a los templos para no coger el Covid.

Naturalmente, la gente dejó de acudir y ahora ha cogido hábito de inasistencia, de seguir la misa por la tele, que es como acudir a un banquete de bodas telemático: todos los platos estarán buenísimos.

Y sin Eucaristía no hay Iglesia... porque la Iglesia vive de Eucaristía.

Por tanto, los buenos párrocos se ven obligados a decirle al pueblo lo que no le dicen -y deberían decirle- sus obispos.

Al final, lo que cabe es la solución polaca: si me obligas a reducir el aforo de las iglesias a la mitad duplicaré el número de eucaristías. Ese mismo párroco madrileño lo ha hecho: dos oficios de Jueves Santo, dos de Viernes Santo, dos vigilias de resurrección y el doble de misas el domingo 4. Y la iglesia se le llenó (tranquilo, delegado del Gobierno, cumpliendo las normas Covid).

Y es que el coronavirus está planteando miriadas de incongruencias, cuando no necedades: todo lo dicho queda representado en estas dos ingeniosas imágenes que circulan por las redes sobre la Última Cena del Redentor.