La Navidad se hizo para los niños porque el protagonista es un bebé. 

Sin ánimo de caer en el versión edulcorada de la infancia (en efecto, los críos son unos auténticos cabrones bajitos), lo cierto es que la impertinencia infantil resulta mucho menos peligrosa y mucho menos insufrible que el orgullo de los mayores.

¿En qué consiste el orgullo adulto, aquel del que carece el niño? Consiste en susceptibilidad y resentimiento, las dos viscosidades que envenenan el alma. Es decir, el orgullo adulto contradice el único modelo de vida que realmente funciona y que se rige por dos palabras: perdón y gracias. A estas dos maravillas se le puede adosar una tercera: por favor.

¡Ah! y la soberbia adulta es la que no soporta la impertinencia infantil. Que es sí, impertinente y hasta insufrible, pero no rencorosa.

Navidad es tiempo de niños. Lógico.