• El libro de Fernando Silva demuestra que ni 100 apariciones de Fátima podrían  convencer a quien se niega a ser convencido.
  • Las manifestaciones extraordinarias buscan despertar al hombre de su letargo… 
  • Ante el milagro cotidiano de la eucaristía, milagro de los milagros.
  • Pero las profecías no se han hecho para predecir sino para convertir.
De todos los libros que se han escrito sobre las apariciones de Fátima -el pasado 13 de mayo celebramos el centenario de las apariciones- recuerdo haber leído menos de la décima parte. Pero de todos los que he leído el más sencillo, ecuánime e inteligente me ha parecido uno que ya apunta a clásico: el del canónigo portugués M. Fernando Silva, que lleva por título Los Pastorcitos de Fátima y al que ya me he referido en las Minucias Visuales de Hispanidad. En España lo ha editado Ediciones San Román. Repito: en la sociedad de la información la verdad circula por conductos pequeños y estrechos. Ediciones San Román es una de esas joyas de pequeño calado que se atreve con lo que no publican las grandes editoriales. Merece la pena seguirles. En este caso, el autor no ha ocultado las peripecias, incluso narrándolas con largueza, de la oposición de la madre de la vidente Lucía, la más importante de los tres pastorcillos, pues es la que ha sobrevivido como testigo. Y sí, es el libro de Fátima que más me ha gustado. Debió ser terrible, no sólo para su hija Lucía, sino para el milagro de Fátima, que su propia madre, Rosa Ferreira, no creyera en ella. Eso es algo difícil de olvidar. Y si las apariciones no hubieran sido, en verdad, de la Santísima Virgen María, la incredulidad feroz de su madre, una cristiana de fe, por otra parte, hubiesen resultado definitivas para una mocosa de 11 años. Además, doña Rosa no argumentaba mal: "¿Por qué viene la gente a rezar -aseguraba- si el Santísimo está en el sagrario de la iglesia del pueblo?". Y tenía razón. Las manifestaciones extraordinarias buscan despertar al hombre de su letargo ante el milagro cotidiano de la eucaristía, milagro de los milagros. Insisto en que con Fátima, en 1917, se inicia el mundo contemporáneo y que ahora, en 2017, toca a su fin. Yo destacaría dos aspectos de la obra. El primero es ese, precisamente. Tenemos el curioso hábito de pedirle milagros a Dios. Pero cuando Dios nos obedece negamos el milagro o lo ignoramos. En segundo lugar los secretos, en especial el famoso tercer secreto de Fátima. Todavía no conozco a ninguna voz profética -vidente u oyente- seria, iluminados mentecatos aparte, que se niega a convertirse en un augur romano. Las profecías no se han hecho para predecir sino para convertir. Y la segunda es: el principal deseo del profeta es equivocarse. Así la hermana Lucía aseguraba lo siguiente. Que es lo más importante que hay que saber sobre ese momento histórico que fue Cova de Iría, el 13 de mayo de 1917: "La tercera parte del secreto es una revelación simbólica que se refiere a esta parte del mensaje, condicionada al hecho o no de que aceptemos o no lo que el mensaje nos pide". Se refería la consagración de Rusia al Inmaculado de María. No se hizo y el comunismo expandió su podredumbre por el mundo. Y Lucía termina con la clave del asunto: "Y no digamos que Dios nos castiga, pues son los hombres mismos quienes preparan su propio castigo. Dios apenas nos advierte y nos llama al buen camino, respetando la libertad que nos dio, por lo que son los hombres los responsables". Lo que este humilde archipámpano de la teología os lo traduce así: ni 100 apariciones en Fátima servirían para convencer a quienes no se quieren dejar convencer, que no hay peor sordo que el que no quiere oír. Los Pastorcitos de Fátima nos lo cuenta mejor que bien. Eulogio López eulogio@hispanidad.com