Es muy sencillo. El relativismo impone que nada es verdad ni nada es mentira, todo depende del color del cristal con que se mira. Ahora bien, si nada es verdad, ¿también lo es este principio? ¿Lo de que la verdad no existe sí que es verdad? 

El relativismo también se basa en otra proposición: las verdades absolutas no existen. Ahora bien, la verdad, o es absoluta o no es verdad.

En plata: el relativismo es una chorrada que no se sostiene pero se ha impuesto como dogma. Y claro, el problema es que el hombre no puede vivir sin verdades absolutas, porque enloquece. Entonces, como hemos decretado que la verdad no existe nos adherimos a las sentencias judiciales. Lo que dicen los jueces es verdad y, si no fuera verdad (porque los jueces también se equivocan) pues entonces es igual: hay que admitir como verdad todo lo que haya fallado un juez.

Ahora bien, los jueces no aplican al ley, la interpretan. Los jueces tienen filias y fobias y, mayormente, se dedican a dictaminar lo políticamente correcto, que no sólo no siempre es verdad sino que casi siempre es mentira.

Personalmente, no entiendo como alguien puede aspirar a juzgar a sus semejantes. ¿De verdad alguien puede sentirse capacitado para jugar el papel de Dios?

Conclusiones:

  1. No creo en la justicia humana, sólo en la divina. Tanto que acato las decisiones de los jueces con desgana. Son las reglas del juego pero ojalá pudiera salirme de este Jumanji.
  2. No convirtamos las sentencias judiciales en mandamientos morales ni a los jueces en nuestros dioses. El gobierno de los jueces es mucho más peligroso que un gobierno de corruptos. A veces para la verdad, siempre para la libertad.