La Biblia es uno de los libros más vendidos, desde luego el más vendido de la historia, y probablemente, el más leído de todos los tiempos, pero me temo que no de cada tiempo.

En mi pedagógico afán instructivo para el hombre del siglo XXI (incluso para la mujer), creo que basta con dos párrafos del Evangelio. En primer lugar, Lc 18, 1-8, ese que termina con la frase: “Cuando vuelva el Hijo del hombre,¿encontrará fe sobre la tierra?”. No vaya a ser que el regreso ande próximo. Que no tengo ni idea, pero sorprende la segunda parte de la proposición: ¿Cuánta fe queda sobre la tierra? En Moncloa, por ejemplo, cada vez menos.

Ahora bien, esta frase no se entiende sin su precedente. Porque los versículos anteriores a ese final son los de la parábola del juez inicuo. Ya saben, aquella viuda pelma, a la que el inicuo togado hace justicia por dos razones: para que le deje en paz y para que no le golpee en la cara.

Por cierto, no quiero que se entienda esto como una crítica al Consejo general del Poder Judicial (CGPJ): no hagan que me rasgue las vestiduras.

La blasfemia contra el Espíritu Santo no puede ser perdonada porque el bien no puede ser malo ni el mal, bueno. Ese es nuestro mundo

Pues bien, Jesús de Nazaret enfatiza las razones del magistrado y se pregunta cómo, por comparación, no hará más caso Dios a sus hijos que le piden algo sensato: sin tardanza. Vamos que la oración es omnipotente. Ahora bien, el colofón no deja de ser un jarro de agua fría: Dios concede todo a quien se lo pide con fe pero, cuando vuelva el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra? Al parecer, poquita. A lo mejor por eso se reducen las concesiones: la oración sigue siendo omnipotente pero la fe anda bajo mínimos

Segunda cita evangélica que conviene recordar: (Mc 3, 22-31): todos los pecados le serán perdonados al hombre menos la blasfemia contra el Espíritu Santo. ¿Y qué es eso de la blasfemia contra el Espíritu Santo? Pues lo dice inmediatamente antes: los escribas, seguramente afiliados al PP o al PSOE, aseguraban que Cristo, expulsaba a los demonios porque Cristo mismo era un demonio. En plata, que estaban llamando Dios al diablo y diablo a Dios. Es la inversión de valores tan propia de nuestro tiempo.

Supone, por ejemplo, pasar de la despenalización del aborto a su constitución como “derecho”. Esto es: el blasfemo contra el Espíritu Santo es aquel que llama bueno a lo malo y malo a lo bueno. Por eso no es perdonable aunque se quiera, porque han invertido los principios, el bien y el mal, la verdad y la mentira. No puede ser perdonado hasta que restablezca valores: hasta que restablezca el bien en bien, el mal en mal.

Y ojo: la blasfemia contra el Espíritu de Dios es el signo de nuestro tiempo.

Les aseguro que con esos dos breves párrafos se entienden muchas cosas. Por ejemplo, el siglo XXI.