• Entre Michelle y Melania me quedo con Melania.
  • Michelle fue aquella, que no en un discurso, dijo que creería en Estados Unidos sólo si su marido era elegido presidente.
  • E insisto: Hillary Clinton es peor candidata que Donald Trump… que ya es decir.
Verán: entre que me diga lo mismo Michelle Obama o  me lo diga Melania Trump, prefiero que me lo diga la señora Trump. Además, ahora que no nos oye nadie en la reacción mundial de muchas comentaristas sobre el plagio de la modelo eslovena a la primerísima primera dama, percibo la habitual envidia femenina sobre la belleza de sus compañeras de sexo. Pero todo esto, lo sé, es pura superficialidad. Denlo por no dicho y sí pensado. Por otra parte, las frases plagiada por Melania a Michelle no son sino los habituales lugares comunes de la retórica patriotera americana: ya saben, el sueño americano (hacerse rico) y alguna otra lágrima por la historia. Hija, Melania, por lo menos copia lo mejor, no las sinagogas de Michelle. El feminismo hipócrita en el que nos movemos nos lleva a alabar a las feas intelectuales, y si no por intelectuales, sí por feas. Lo contrario sería machismo. Pero peor es el feminismo Femen que también nos invade, donde la mujer alabada es la mujer inmoral y hasta la mujer repugnante. Michelle es una militante feminista, como Hillary Clinton, de lad que odian la vida y la maternidad. Y no sólo eso: Michelle aseguraba que sólo creería en su país si su señor esposo llegaba a la Casa Blanca. Si no, no. ¡Pues vaya porquería, señora Obama! Lo mismo ocurre cuando comparas a los dos candidatos: Hillary Clinton y Donald Trump. Es peor aquella, que va a llevar a la Casa Blanca el derecho el aborto. Sí, el derecho a asesinar al más indefenso. Y a una personaje así, en lugar de desterrarle a Somalia, le hacen presidenta. No me gusta Trump, pero entre ambos no lo dudo. Por otra parte, ¿es tan grave el plagiar las tontunas del discurso político norteamericano que, como todo país joven, no se caracteriza por su dialéctica sino por su retórica? Y todo esto me recuerda que recién termino las memorias de Ben Bradlee, editor del The Washington Post cuando este diario se cargó al presidente Richard Nixon en la era del Watergate. ¡Qué pelma de tío! Un personaje llamado a triunfar en The Washington Post: tiene toda la frivolidad y toda la pedantería que caracteriza a los periodistas ante quienes tiemblan los poderosos… y lo sabe. Si le dices que el periodismo es servicio se reiría. El periodismo es poder y punto, no influencia. O al menos es influencia entendida como poder. Y tras leer sus memorias me he vuelto a preguntar si lo del Watergate era tan grave. Bradlee dice que sí, pero supongo que eso está en su guión vital. Sí se que los republicanos espiaron a los demócratas y que encima mintieron sobre el espionaje. Y oiga, escuchar al adversario político para conocer su estrategia electoral, ¿constituía tan grave pecado? ¿Y lo de Melania? Eulogio López eulogio@hispanidad.com