La mayoría de la prensa asegura que Emmanuel Macron ha propinado un palo tremendo al islamismo francés porque “nuestro país está enfermo de separatismo (mahometano) y el islam gangrena nuestra unidad nacional”.

Eso es cierto pero la ley sólo concreta una mayor vigilancia para las mezquitas y para la financiación de las mismas. ¿Qué pasa, es que no lo hacen ahora?

En efecto, el islam es una gangrena en Occidente, porque el musulmán odia al cristiano que le acoge y quiere hacerle daño

En efecto, el islam es una gangrena en Occidente, porque el musulmán odia al cristiano que le acoge y quiere hacerle daño. No todos, pero sí bastantes. Ahora bien, eso lo llevan en su credo religioso -no, el islam no es una religión de paz- no existe el distinto, sino el enemigo, no existe el discrepante sino el blasfemo.

Pero el proyecto de ley francés no es preocupante: el islam radical no sufrirá por esto más de lo que ahora sufre en Francia. El fanatismo viaja en palabras que luego se convierten en violencia terrorista. Puedes y debes perseguir la violencia pero siempre les quedará la palabra para producir nuevos terroristas.

El fanatismo viaja en palabras que luego se convierten en violencia terrorista. Puedes y debes perseguir la violencia pero siempre les quedará la palabra

Lo que sí es el proyecto que se discute en la Asamblea Nacional es laicista. Así, exigirá neutralidad a los funcionarios públicos. Mire usted señor Macron: la función pública tiene que ser imparcial, pero no neutral. El funcionario no es un robot y la religión no es un añadido a la personalidad: es la personalidad misma. Por eso, las religiones no violentas, las que llaman padre a Dios (eso lo hace un cristiano, para un musulmán sería una blasfemia) chirrían con la neutralidad. No hay principio más inhumano que la ausencia de principios, no hay convicción más peligrosa que la ausencia de convicciones, no hay cosmovisión más violenta que la ausencia de convicciones.

Puede admitirse un estado imparcial ante la religión, jamás un Estado neutral.