Uno de los signos más visible de nuestra era es la profusión de leyes, decretos, códigos, ordenanzas… unidos siempre al elenco de amenazas, multas, sanciones y reprobaciones más o menos públicas que conlleva la violación de cualquier norma.

Y a todo esto le llamamos progresismo.

Y como, además, somos un poco lelos, nos gusta repetir, ante cualquier problema que lo que hay que hacer es reforzar la regulación, cuando lo cierto es que casi todos los problemas se solucionan justo al revés: no hay que introducir nuevas normas, hay que anular muchas de las ya existentes.

El Estado de Derecho resulta una verdadera tortura, especialmente cuando la ley es injusta

No se puede vivir rodeado de abogados, que son los segundos mayores enemigos de la libertad… después de las propias leyes. Y recuerden que sólo hay dos tipos de personas: las buenas y las malas. Las buenas son las que no interponen denuncias a sus enemigos.

El problema de fondo es que el progresismo es alabada idiotez. No se cree en la verdad por lo que vive de la ley de la norma, y a ella, y sólo a ella, se atiene. De esta forma, todo debe estar hiper-regulado porque el pecado ha dejado de existir: ya sólo existe el delito.

Con el imperio de la moral vivíamos mejor, éramos más libres. Aún más: el Estado de Derecho resulta una verdadera tortura, especialmente cuando la ley es injusta.

Además, recuerden que cordura no necesita norma y que el tamaño del BOE es inversamente proporcional al sentido común de una sociedad.