• Julián Marías definió nazismo y comunismo como "inmensos errores intelectuales".
  • La otra dictadura, la individualista, llega después y también mata la verdad por conveniencia.
El siglo XX resume bien dos tendencias extremas y contrapuestas sobre la muerte de la verdad. ¡Si Sócrates levantara la cabeza! En la primera parte, las ideologías totalitarias destronaron la verdad partiendo de presupuestos falsos. Y en la segunda, el individualismo -alimentado sobre la una nutrida base de relativismo moral e intelectual- creó otra dictadura de nuevo cuño, menos agresiva: la del yo, que también sacrifica la verdad por la conveniencia. Pero ni la mentira ni la inconsistencia han desaparecido en el siglo XXI. Simplemente han tomado nuevas formas. Veamos. La mentira se midió sobre todo en los dos grandes regímenes ideológicos del siglo XX. No fueron, desde luego, una ilusión óptica que pasara sin más consecuencias. Ideas locas ha habido muchas a lo largo de la historia de la humanidad, pero, caramba, pocas han dejado un reguero de muertos tan espectacular como el nazismo y el comunismo. Causa todavía escalofríos pensar en cómo fue posible que se impusieran ideas tan fuertes como falsas. Algo de eso decíamos ayer al dibujar el cóctel explosivo de la ingeniería social unida al relativismo. Pero esa amenaza no ha muerto y pervive todavía en China, Cuba o Corea del Norte. Y le salen emuladores en las distintas versiones de partidos comunistas y en muchos talantes totalitarios a derecha e izquierda. Pero ojo, por paradójico que parezca, nazismo y comunismo se nutrieron del mismo ambiente relativista que alimentó después otras corrientes menos hostiles. Julián Marías definió esas ideologías como "dos inmensos errores intelectuales". Sólo tomaron como referencia un aspecto de la persona (la raza o el trabajo entendido desde la lucha de clases) para comprimir al resto del hombre, olvidando cosas tan elementales como la ley natural. Mal asunto, sobre todo cuando esos reduccionismos (tan inhumanos como poco verdaderos) se impusieron a base de manipulación y con una violencia extrema. El individualismo que llegó después, a partir sobre todo de la década de los sesenta, no acabó con el problema de fondo: la ausencia de una antropología sanota que da la respuesta adecuada -por verdadera- a las principales cuestiones humanas. Y ese mismo problema sigue también en el siglo XXI. Tal vez su momento estelar llegó en el Mayo del 68 francés (recuerden: está prohibido prohibir), pero no fue su única herramienta. Algo se había tejido también desde dentro -nutrido con una cierta intelectualización del desencanto o de un genérico malestar de la modernidad- para organizar un salvoconducto dominante: haga usted lo que le dé la gana que siempre estará bien. Rafael Esparza rafael@hispanidad.com