• En ecología, nos estamos gastando cantidades inconmensurables de dinero en analizar magnitudes que nos desbordan.
  • O investigando en cuestiones telúricas o astronómicas tan inmensas que nuestras conclusiones no sirven para nada.
  • Nadie puede pensar ni investigar desde cero. Eso que llaman apriorismos son evidencias.
La progresía ya no invoca la ciencia con tanto ahínco como antes. Esto no es malo, supongo. Recuerdo haber leído una guía de la ciencia moderna: si repta es biología, si huele más es química, si no funciona es física, si no se entiende es matemática y si no tiene sentido es economía, o psicología. Lo cierto es que la ciencia del siglo XXI parece estar al servicio de varios dogmas laicos. El primero: Dios no existe y con un poco de suerte lo inmaterial tampoco. Ya sabe lo que es un dogma laico: coacciona como dogma y cambia como un laico cada cinco minutos. Es decir, una tiranía que muere pronto para ser sustituida por otra. Ejemplo, la ecología: nos estamos gastando cantidades inconmensurables de dinero en analizar magnitudes que nos desbordan e investigando en cuestiones telúricas o astronómicas tan inmensas que nuestras conclusiones no sirven para nada. No podemos enfrentarnos a la naturaleza: lo que sea será. Luego está la neurociencia, empeñada en el dogma positivista moderno, tan absurdo como el primer positivismo, que puede enunciarse así: el cerebro piensa. A partir de ahí, toda estupidez es posible. Incluida la de un panmaterialismo tan prosaico que fue abandonado a principios del siglo XX hasta por los ateos, desde entonces llamados agnósticos. Para entendernos: una ciencia muy poco científica, extraordinariamente apriorística, que responde a la famosa anécdota de Blas Pascal, cuando a un amigo ateo le llevó a un laboratorio en cuyo frontis podía leerse la siguiente enseña: "La ciencia no tiene ni fe ni patria". A lo que el gran Pascal respondió: -Es cierto, la ciencia no tiene ni fe ni patria, pero el científico sí. Así que la ciencia atraviesa una ligera crisis de identidad. O de dos entidades. Digamos esquizofrenia paranoide. La soberbia del científico le lleva a pensar desde cero, sin lo que llama apriorismos y que no son otra cosa que evidencias sin las que la razón no puede desarrollarse. Al mismo tiempo, el utilitarismo le consume. De ahí las inversiones en ecología o en ingeniería genética, éstas últimas especialmente repulsivas cuando utilizan embriones humanos. Eulogio López eulogio@hispanidad.com