Los dos principios básicos del cristianismo a la hora de afrontar las
migraciones son éstos:
1. La emigración es mala cosa, un fenómeno aborrecible, cuya causa es la injusticia y que la mayor parte de las veces lleva a la demagogia.
El asunto está muy claro: no emigra el que quiere (salvo turistas y acomodados, que son minoría casi siempre de forma temporal) sino el que se ve forzado a ello por la miseria o por la opresión.
Entre la injusticia y la demagogia


Eso significa que ante la emigración es moralmente aceptable, según los casos, aplicar el mal menor, dado que de un mal estamos hablando (cuando no se debe aplicar el mal menor es cuando hablamos de algo bueno).
Además, emigran los más capaces, los que tienen capacidad para emigrar, con
lo que el capital humano del país de emisión de emigrantes se empobrece. 2.Fronteras abiertas. Sí, no lo digo yo, lo dijo Juan Pablo II, el Papa que más ha hablado del fenómeno migratorio. Con las dos consecuencias lógicas: al inmigrante que huye de la miseria hay que recibirle con los brazos abiertos y, al mismo tiempo, exigir que respete al país que le acoge. Ambas cosas a un
tiempo.
Por cierto, ¿la multiculturalidad es buena? Yo creo que no. La convivencia intercultural es convivencia de religiones, porque son los credos, las cosmovisiones, los que dan sentido a la vida. Entonces, ¿por qué fronteras
abiertas? Pues porque los cristianos no podemos dejar tirado al que sufre. Punto y final.  
Fronteras abiertas no supone subvenciones abiertas. Aquí hay una distinción importante entre Estados Unidos, donde no existe apenas Estado del Bienestar, y Europa, que pivota alrededor de esas subvenciones y
prestaciones públicas. En Estados Unidos, un país creado por emigrantes, la puerta estaba ­-ya ni eso- abierta al emigrante pero éste tenía que sacarse las castañas del fuego por sí solo desde el primer instante. Y si no, pedir
ayuda a Caritas
y a otras instituciones privadas.
En Europa, un malentendido progresismo exige que al inmigrante se le trate con todos los "derechos" (más bien subvenciones) y entonces el sistema público de prestaciones estalla. Quizás porque el Estado del Bienestar ha
degenerado, no podía ser de otra forma, en sociedad del malestar.
Por eso me sorprende que la Iglesia se lance contra los centros de internamiento de emigrantes, o contra la labor de la policía en Ceuta y Melilla, al impedir la entrada de ilegales. Las concertinas de Melilla
resultan repugnantes pero ¿qué pasaría si no estuvieran?
Mientras haya Estado del Bienestar en Europa, existirán cupos de emigración que nunca deberían existir. Al tiempo, se cerrarán las puertas (de hecho, que no de derecho porque para este tipo de cosas somos muy hipócritas) a quien pide derecho de asilo porque es perseguido por razones de guerra, persecución, religión, etc. También habrá problemas de reagrupamiento familiar, de necesidad de expulsar al inmigrante que comete delitos, se derramará sangre en las fronteras del sur de Europa, etc. Y el asunto, no tendrá solución.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com