Pasó este verano, en una playa del sur de España. Cuatro jóvenes se metieron en el mar y comenzaron a jugar con un balón de fútbol, lanzándoselo unos a otros. El juego era de lo más inofensivo y permitía, incluso, que los jóvenes guardaran la distancia de seguridad entre ellos. Lanzar el balón a menos de metro y medio no tiene gracia. La cosa prometía.

Pues bien, a los dos o tres minutos, apareció en la orilla un vigilante, visiblemente molesto, que les obligó a detener tan peligroso deporte. Los jóvenes, ninguno de ellos llegaría a los 18 años, muy obedientes, salieron del agua sin rechistar. Al parecer, jugar al ‘voleibol’ en el agua puede contagiar el coronavirus.

La anécdota, vivida en primera persona, es un ejemplo más de hacia dónde vamos. Se nos prohíbe comer, beber, piropear, engordar, jugar y, ahora también fumar… Todo, por supuesto, en aras de la salud que, queramos o no, se va deteriorando con el paso del tiempo.

Nunca la histeria había estado tan extendida. Dicho de otra manera: nunca habíamos aceptado las prohibiciones -y van unas cuantas- con tanta sumisión. Incluso, algunos reclaman que se prohíbe poco. Es algo que siempre ha gustado, especialmente, a los progres y que ahora aplican indiscriminadamente. El último ejemplo, la medida aprobada por Alberto Núñez Feijóo, prototipo de progre de derechas, en Galicia. ¿De verdad alguien cree que no fumar en la calle es la solución a los rebrotes?

De momento, Canarias ha anunciado este jueves que seguirá los pasos de Galicia, mientras Valencia, Castilla-La Mancha, Cantabria, Asturias y Madrid se lo están planteando.

Vamos mal.