• De nada ha servido la declaración de guerra de Obama: los bárbaros son más bárbaros.
  • La 'yihad' toca a las puertas de Bagdad, Damasco… y de Europa, que mira a otro lado.
Nada ha cambiado esencialmente desde hace un año para frenar el delirio de terror del Estado Islámico, ni entre los yihadistas, empecinados en extender su orgía de sangre por el mundo, ni entre los detractores de unas prácticas de violencia y odio tan sistemáticas. En agosto de 2014 -o sea, en estas fechas, pero hace un año-, comenzábamos a conocer, también con imágenes, el horror de lo que estaba ocurriendo en Irak tras la proclamación del Califato por Abu Bakr al Baghdadi. Decapitaciones, violaciones, desplazamientos masivos, persecución y muerte de las minorías religiosas (cristianos y yazidíes) y un interminable etcétera de crueldades arbitrarias. Lo mismo comenzó a suceder después en Siria, a medida que esos energúmenos ampliaban sus conquistas. Un año después sabemos mucho más de lo que pretende el Califato y de lo que es capaz de hacer un islam fanatizado, pero seguimos esperando igualmente una respuesta eficaz para contener esa hemorragia. Hay, es cierto, una alianza internacional de países para combatirlo -con EEUU al frente-, pero constata un fracaso comparable a la capacidad de los terroristas de hacerse más fuertes, coordinarse mejor, reclutar combatientes y ganar terrero. Incluso Turquía, que ha permitido que los yihadistas se movieran a su antojo durante un año en la región, ha cedido para que los americanos utilicen su base de Incirlik. ¡Qué generoso Erdogan! A nadie se le oculta que lo que quiere en realidad es ayuda en su guerra contra los kurdos del PKK. Un año después, esa es la verdad que trona, la calamidad que nació en Irak se ha extendido geográficamente a otros países (Siria, Libia o Egipto), ha tejido una red de yihadistas en todos los países de mayoría musulmana comparable a la que tuvo en sus momentos de gloria Al Qaeda y ha calado también, con sus mensajes de muerte al infiel, en muchos musulmanes que viven en Europa. La prueba del algodón está en los jóvenes que atienden a esa siniestra llamada a la guerra santa y están dispuestos a cometer los atentados que hemos visto en Francia o Dinamarca. Son una amenaza imprevisible. Los bombardeos desde el aire que decidió Obama tuvieron algún éxito al principio, pero han sido manifiestamente insuficientes para frenar el avance de un enemigo que impone el terror en las pueblos que asalta, mientras la comunidad internacional contiene el aliento por las atrocidades que ahí se van a cometer. Paralelamente, lo que han dejado claro las milicias kurdas en estos doce meses -esperemos que Erdogan no lo estropee- es que la única forma de vencer a los yihadistas es sobre el terrero. Pero Occidente no quiere dar ese paso y tranquiliza su conciencia equipando a un ejército como el iraquí que avanza dos pasos un día para perderlos al siguiente. El balance es patético: la bandera negra yihadista ondea durante meses en las zonas que controla, avanza como una ola y sigue a las puertas de Damasco y de Bagdad. Pero también toca a las puertas de Europa y lo seguirá haciendo hasta que Europa se decida seriamente a combatirlo, a acabar con sus estructuras de mando, con sus dirigentes, con su régimen bárbaro o con su capacidad para regular como un semáforo la llegada de inmigrantes a las costas mediterráneas. Rafael Esparza rafael@hispanidad.com