“Este hombre me está desestabilizando el banco”, aseguraba Francisco Luzón cuando presidía Argentaria, señalando al firmante de esta crónica. Como siempre, el conquense emigrado a Bilbao, mezclaba ironía y cachaza, también porque siempre entendió mejor el balance que la “cuestión publica”.

Luzón conformó, junto a Alfredo Sáenz y Víctor (Tucho) Menéndez, los tres espadas de Pedro Toledo, el hombre del Banco Vizcaya. Sáenz acabó de CEO en el Santander, mientras Luzón, aupado por un hombre que le admiraba, el ministro socialista Carlos Solchaga, se convirtió en presidente del Banco Exterior, primero, y de Argentaria después.

La escuela Pedro Toledo en la que también hay que citar a José Antonio Sáenz Azcúnaga, Luis Abril y Ángel Corcóstegui, se expandió por toda la banca española. Y también Jesús Martín Herrero, mano derecha de Luzón durante dos décadas.

Eran los tiempos en que el dinero tenía valor y precio, cuando el mal atávico de la supresión del patrón-oro aún no había degenerado en el actual océano de liquidez que nos agobia a todos.  

Era, también, la era del multiplicador bancario, cuando los bancos realizaban uNA tarea más que digna: financiaban la economía real. Ahora, esa economía está financiada por deuda pública, que es mucho peor.

Luzón fue víctima de la enfermedad ELA y, como buen emprendedor, no se conformó con su papel de paciente, sino que puso en marcha una fundación para luchar contra la patología del sistema central nervioso que, al final, ha acabado con él.