Conversación privada de un obispo español sobre la comunión y el coronavirus: “No podemos pedir a la gente que sea mártir”. Se refería a obligar a que se acuda a las eucaristías ante las prohibiciones externas -de los gobiernos- e internas -de los propios obispos-.

¿Y por qué no? ¿Acaso puede vivir la Iglesia sin Eucaristía o con una Eucaristía sin fieles, mutilada? Porque la Santa Misa es sacrificio y banquete mientras la misa virtual sólo es sacrifico sin banquete. Yo me pido el banquete.

Y ojo, es cierto que no hay que buscar el martirio, pero si llega hay que aceptarlo. Y para mí que ha llegado algo parecido al martirio y de intensidad creciente. Nuestros abuelos no deseaban la guerra civil, pero muchos de ellos fueron al martirio antes que renunciar a su fe.

Sobre todo, deberíamos pedírnoslo a nosotros mismos: curas y laicos: no la búsqueda del martirio pero sí la disposición al mismo, si fuera necesario. Porque una fe que renuncia la martirio no es fe en modo alguno.

La sociedad del coronavirus no es una sociedad sin fe, es una sociedad sin esperanza

En cualquier caso, vivimos en Tiempo de pastueños. Decía Chesterton que los mansos heredarán la tierra pero los escépticos modernos son “demasiado mansos hasta para reclamar la herencia”.

Y también comentaba que es una gran mentira asegurar que el cristianismo teme a la increencia porque libera al hombre de la férrea disciplina de Cristo, cuando lo cierto es que el escepticismo sólo liberaba a la existencia de cualquier tipo de significado, vamos, que deja a la vida sin sentido alguno.

Traducido: vivimos un mundo de pastueños. Este universo no está al borde de la revolución, está al borde del tedio, o quizás dormita en el adocenamiento más aburrido que la humanidad haya sufrido jamás. No existe la alegría de vivir sino el mero afán mórbido por sobrevivir, aún cuando la supervivencia resulte penosa. La sociedad del coronavirus no es una sociedad sin fe, es una sociedad sin esperanza.

O sea, lo de Narciso de Estenaga.