• Una cosa es la alternancia necesaria entre esfuerzo y descanso, y otra, muy distinta, que el alma se anule.
  • Ya saben que esta semana es, estadísticamente, la más vacacional del año en nuestro país.
  • Hay demasiados mensajes, poco vitalistas en realidad, que invitan a vivir la vida como en los anuncios de refrescos.
Está bien vivir en el presente. Es más, es estupendo siempre que no se olvide el pasado, por aquello de seguir aprendiendo, y se mire cordialmente al futuro para no perder la cabeza (a ser posible con esperanza y sin miedo, una verdadera lacra). En todos los planos, no sólo el personal. Pero sería un error, qué duda cabe, apelar únicamente al presente como un elixir para huir de las preocupaciones o como una vía de escape para no plantearse nada más. Es lo más parecido a la técnica del avestruz: enterrar la cabeza para no pensar en lo conveniente, aunque incomode. Pan para hoy y hambre para mañana. Ocurre en general y también en vacaciones, por supuesto. Ya saben que esta semana es, estadísticamente, la más vacacional del año en España. La actividad económica se detiene en numerosos sectores, en las grandes capitales escasean los estancos abiertos o puede llegar a ser una proeza encontrar un quiosco para comprar el periódico. Parece como si todo se trasladara a la costa, la montaña o zonas de ocio; es increíble. Y es magnífico también. Es la alternancia necesaria entre el esfuerzo y la distención, entre el trabajo y el descanso. Son momentos extraordinarios, además, para hacer cosas que habitualmente no se pueden ni plantear por la falta de tiempo. Pero la vida, en lo esencial, no se detiene por ello ni el alma deja de ser alma, aunque esté de vacaciones. Por eso también en esto, como en tantas cosas, es interesante el in medio virtus aristotélico. Me apunto a esta consideración porque hay toda una tendencia, socialmente generalizada, que invita a vivir la vida como en los anuncios de refrescos, sin más consideraciones que el presente. ¡Aprovecha la vida a tope, que sólo hay una!, ¡disfruta todo lo que puedas, no te cortes!, ¡agárrate al presente, que es lo único que tienes! Suena muy seductor y peliculero, pero es una frivolidad como otra cualquiera. Y esconde, además, un mensaje subliminal muy torticero: ¡cierra los ojos, deja de pensar y hazte las preguntas justas, a ser posible pocas! Las consecuencias más comunes de esa actitud, elevada a categoría, son el esquinazo a la trascendencia -que es, sin embargo, la mejor vía para calibrar la vida en su dimensión temporal-, la superficialidad  y la caída en una actitud acomodaticia, acrítica, que traga con cualquier cosa. Es muy frecuente, por desgracia, y el tortazo, a la postre, suele ser morrocotudo por la simpleza del planteamiento. Se nota sobre todo en el difícil encaje de las adversidades. Y es que el dolor o el sufrimiento -como el goce, la alegría o la esperanza- nunca pierden actualidad, ni dependen, para su presencia o ausencia, de los enfoques facilones. Es más aconsejable encontrarles sentido cuanto antes para no caer en el sinsentido. Y eso, naturalmente, suele estar acompañado de la búsqueda de algunas respuestas tras hacerse algunas preguntas (aunque sean incómodas). Epicuro y Horacio contestaron hace siglos de modo muy distinto a la misma inquietud sobre el presente. El primero convirtió el placer en la meta más excelsa para la felicidad. Se entiende por eso que dijera: "La muerte no es nada para nosotros, porque mientras vivimos, no hay muerte, y cuando la muerte está ahí, nosotros ya no somos". Epicuro, en efecto, no aportó absolutamente nada que no fuera cortoplacista y engañoso al sentido de la existencia. El poeta romano Horacio, sin embargo, se inspiró, con otro enfoque, en la misma idea para dar cuerpo a una sus más célebres Odas. La expresión quedó acuñada en su carpe diem: "Aprovecha el día, no confíes en el mañana". La primera parte de esa frase es muy sugerente, si se ve en ella una invitación a aprovechar el tiempo y a no dejar que pase como lo hacen los ababoles; y la segunda también, si equivale a no agobiarse ante lo que pueda pasar. Esta última idea se completa para el cristiano con el sentido de la esperanza. Torcuato Luca de Tena recurrió a la imagen de los ríos, en su novela La brújula loca, para dibujar la vida de los hombres. "Los ríos son como los hombres: alborotadores en la infancia, desquiciados en la adolescencia y sosegados en la madurez". Siempre existe el riesgo de llegar a la vejez sin haber aprendido lo suficiente en los periodos anteriores, y me temo que de ello depende la calidad del sosiego en la madurez al que se refiere don Torcuato. Con  el carpe diem sucede lo mismo, si aporta lucidez y equilibrio. En la vida hay siempre un poco de todo -bueno, malo y regular, ya me entienden-, y en cualquier momento, sin especiales alharacas, se van valorando los medios para alcanzar los fines. ¡Aprovechen las vacaciones veraniegas para desconectar, que es muy recomendable, y dejen que el descanso cunda como merece!, pero no malgasten el tiempo (aprovéchenlo). Es un consejo modesto. Rafael Esparza rafael@hispanidad.com