Durante los 10 días del último Orgullo Gay de Madrid se celebró una manifestación nudista. Bueno, no era nudista: más bien se trataba de ocultar cualquier cosa menos las partes pudendas. Formaba parte del programa festivo y pobre de aquel que se atreviera a ponerlo en solfa.

Ahora bien, lo curioso es que “todos, todas y todes” podían enseñar “todo, toda y tode” pero los medios no podrán reproducirlo. La jurisprudencia del Tribunal Constitucional así lo dictamina: ellos pueden exhibirse, tú no puedes exhibirlos. Y entonces, ¿exhibirse es bueno o es malo?

¿Tenemos que tapar los ojos de quien se manifiesta desnudo para ocultar su intimidad mientras mostramos sus partes pudendas?

Y los medios obedecieron. Quizás porque, salvo excepciones, el cuerpo humano desnudo no resulta especialmente atractivo o quizás porque el pudor es algo con lo que se nace y se va perdiendo… no al revés. Pero también por miedo a la ley.

Estamos ante una hipocresía legislativa y jurisprudencial. Cualquiera puede exhibirse en público, pero tú no puedes publicar su exhibición. Curioso.

Y, en cualquier caso, ¿dónde estriba el orgullo de lo que se muestra a la vista del prójimo, pero se esconde a la generalidad bajo pena forense? 

Dicho de otra forma, ¿tenemos que tapar los ojos de quien se manifiesta desnudo para ocultar su intimidad al tiempo que exhibimos sus partes pudendas?

¿Dónde estriba el orgullo de lo que se muestra a la vista del prójimo pero se esconde a la generalidad?

La cuestión de fondo es el pudor, que no es una convención social, sino algo con lo que nace y que luego, según nos hacemos adultos, podemos perder o mantener. El pudor es la salvaguarda de nuestra intimidad física. Si perdemos el pudor, perdemos nuestra intimidad corporal. Y eso no es bueno.

Nota al margen: sí, el pudor no sólo consiste en tapar las partes pudendas pero de ello hablamos cuando hablamos de una manifestación nudista.