Hace tan sólo un año escribíamos en Hispanidad sobre el peligro de guerracivilismo en España y nos calificaban de exagerados, cuando no de locos.

De la concordia de la transición se pasó a la exhumación de cadáveres y a reescribir la historia

Hoy, son muchos los que piensan que el cainismo español ha reverdecido y que, de hecho, los españoles no vivimos en guerra civil pero sí en el enfrentamiento civil de la insidia continua y el resentimiento perpetuo. Tan sólo hace falta ver las noticias sobre corrupción, desórdenes callejeros (Lavapiés), Cataluña o su imitador, Euskadi. Recuerdo que a partir de 2004, con las leyes de memoria histórica, la exhumación de cadáveres y otras higiénicas actitudes, la gente empezó a recordar, y a roerse el hígado con los asesinatos y violaciones que les habían contado sus padres o abuelos. Personalmente me enteré de muchas historias concernientes a mi familia y a mis conocidos que, hasta entonces, habían permanecido en el olvido.

Es decir, que fue Zapatero quien nos devolvió al espíritu sectario y cainita de la guerra civil española de 1936-1939. Y en esto seguimos.

Bajo el lema: “no puede haber rectitud de intención en el adversario”

Ahora bien, ZP no es el único culpable, sólo el que originó el lío. El resto de la clase política ha colaborado en el asunto bajo el principio: “no puede haber rectitud de intención en el adversario”. 

Y así, por ejemplo, la lucha contra la corrupción se ha convertido en una grandísima hipocresía, donde lo que menos importa es la honradez en la vida pública. Lo que se busca es aniquilar al otro.

Y así, ZP es el padre de Podemos y de Puigdemont, aunque ahora figuren en trincheras opuestas. Menudo personaje Para olvidar.