• En Adán y a lo largo de toda la historia.
  • Una historia cristiana que se resume así: "de fracaso en fracaso hasta la victoria final".
  • Para el hombre tecnológico, el hombre del móvil, Cristo muestra un banderín de enganche tan anticuado como la conversión del corazón.
  • Bien mirado, Cristo no fracasa: vence en la batalla espiritual que es la guerra verdadera.
  • Y que no es otra cosa que la guerra por la felicidad y la realización del hombre. El resto es un espejismo.
Lo decía el Papa Benedicto XVI: "Dios fracasa en Adán como fracasa aparentemente a lo largo de la historia". Y recordaba la parábola de los invitados a la boda: la llamada de Dios a los hombres es despreciada, una y otra vez por los hombres, empezado por los más poderosos. E incluso los que responden son pocos sobre los que perseveran. En cualquier caso, un desastre, oiga usted. Probablemente, la idea del fracaso de Dios, o de su Iglesia visible, sea la más arraigada de todas las que pululan en nuestro mundo. Como lo políticamente correcto suele resultar bastante superficial y un tanto bobón, digamos que para la mayoría el progreso técnico y el regreso de las ideologías (en España, Podemos), así como  la tecnocracia imperante, que confunde organización con eficiencia y libertad con oligopolio, constituye el sustituto de un Dios que lanza llamadas a banderines de enganche tan anticuadas como la conversión del corazón. Pero ojo, la historia del mundo es la historia de la Iglesia -no hay otra- y se resume en el viejo lema: "de fracaso en fracaso hasta la victoria final". En segundo lugar, el fracaso de Dios es un espejismo. Porque la batalla de  Cristo, la guerra espiritual, en el corazón de cada hombre, es la batalla real que atraviesa los cinco continentes. El resto, son espejismos. Y las victorias en esa batalla, la verdadera, no aparecen en las portadas de los periódicos. Además, no es otra cosa que la batalla por la felicidad del hombre. Eulogio López eulogio@hispanidad.com