La feminidad es una maravilla inigualable ¿Saben por qué? Porque es experta en amor. Para la mujer, la entrega y la acogida es una realidad tan física como psíquica. La mujer necesita ser amada pero ella misma se niega a que le amen por la fuerza, ni tan siquiera por lo que vale, sino por lo que es. Mejor dicho, por ser ella misma.

Llamamos débil al sexo femenino precisamente por eso: porque necesita sentirse estimada y estimar. Y más: el amor femenino es mucho más profundo y se basa, no en la conquista, sino en el acogimiento.

Así que esa debilidad es fortaleza sin límite. Mucho más fuerte la mujer que el hombre porque sabe amar mejor que el hombre. Su capacidad de servicio es casi natural.

Pero el amor es entrega y la entrega de la mujer se vive, y especialmente en el amor y en la maternidad, en la familia, que es, por cierto, donde se juega la felicidad, tanto de la mujer como del varón, de los niños como de los viejos. Si la familia de una persona marcha bien es posible que todo marche bien, por muchas dificultades económicas o profesionales a las que se enfrenten.

Pero el feminismo, como es necio desde su origen, y confunden servicio como sumisión, la lía.

Dicho todo esto, ya los clásicos descubrieron que la corrupción de lo mejor es lo peor. El virus del  feminismo ochomarzista ha provocado que la mujer actual lleve degenerando desde hace dos generaciones.

El feminismo odia la maternidad y masculiniza a la mujer, que cambia el amor por la lisonja, la construcción familiar por el poder social y la sabiduría por la pedantería. Mujer desamorada, por tanto, degenerada, por tanto, desquiciada. Miren a su alrededor.