Me contaba un ejecutivo de una empresa española vendida al capital musulmán que los nuevos propietarios solían aparecer por su despacho para pedirle si podían hacer allí sus oraciones diarias. El directivo abandonaba su mesa de trabajo hasta que los musulmanes terminaban sus rezos. No me ha parecido mal pero me hubiera gustado saber qué hubieran hecho los musulmanes, si en el ejercicio de su libertad religiosa, el cristiano le hubiera pedido el despacho al moro para rezar el rosario en voz alta o hubiera abandonado un consejo de dirección para acudir a misa.

A ver si nos entendemos. El Estado Islámico, penúltimo episodio de salvajismo en la especie humana, no ha adquirido de la noche a la mañana tanto poder. Tiene tanto poder porque hay quien le apoya.

El problema es que ni Estados Unidos ni Europa se atreven a enfrentarse con Arabia Saudí

Es cierto que sus orígenes están en la guerra de Irak que promocionó George Bush y a la que con tanto empeño se opuso Juan Pablo II. Ahora bien, dicho esto, el ISIS nunca podría haber tenido el éxito criminal sino fuera por el apoyo que le prestan determinados amigos de Occidente. Lo denuncia la que fuera ministra de Irak, Pascale Warda, y señala, a los emiratos del Golfo, empezando por Arabia Saudí, que financian al ISIS con el doble motivo de siempre: para que aniquile cristianos y para que les deje a ellos tranquilos, administrando sus petrodólares.

En todas las cancillerías occidentales se sabe que los salvajes del ISIS vienen financiados y respaldados -no es tan sencillo vender petróleo en los mercados- por los amigos y protegidos de Occidente: Arabia, Kuwait, Emiratos, Qatar, etc. Lo sabe todo el mundo, pero lo único que hacemos es rasgarnos las vestiduras cuando los islámicos violan a mujeres, utilizan niños como carne de escudos, esclavizan familias y degüellan enemigos. 

La primera exigencia al islam es la de la reciprocidad: sólo se podrán abrir mezquitas en Occidente si los musulmanes permiten abrir Iglesias en Oriente 


Estados Unidos y Europa callan porque no les conviene irritar, no al musulmán fanático sino al musulmán plutócrata.

Por de pronto, una norma elemental: la reciprocidad. Si un país musulmán no permite edificar Iglesias en su territorio tampoco los occidentales deben permitir la construcción de mezquitas en Occidente. 

A ver si nos metemos en la cabeza que el enemigo de Occidente no es el Estado islámico, es el islam.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com