• Si la universidad se dedica a formar caballeros, poco habremos ganado desde la enseñanza persa: decir la verdad y montar a caballo.
  • No podemos caer en la máxima victoriana de que "no es el pecado lo que constituye un crimen sino el descubrirlo".
  • Porque los caballeros pueden acabar siendo un vivo retrato -eso sí, oculto- del vicio y la irreligión.
Termino la relectura de Discursos sobre la naturaleza de la educación universitaria, obra maestra de ese sabio, ahora santo, que fue el inglés John Henry Newman. Es difícil extraer una sola idea, porque este tipo tenía muchas, pero si he de resumirlo en una recalcaría el titular de este artículo. "Lo útil no es siempre es bueno, lo bueno siempre es útil". El utilitarismo ha sido un cáncer permanente del pensamiento moderno (quizás por ello, el pensamiento moderno ya debe haber muerto) y con él, de la educación. Ya el amigo Catón estimaba las cosas por lo que rendían, cosa que a Cicerón le parecía una vulgaridad, pero el utilitarismo y su hijo bastardo de ahora mismo, el cientifismo, han llevado nuestra universidad y a nuestra sociedad: no vale quien sirve, vale lo que me sirve. Y si estamos educando a nuestros jóvenes en el utilitarismo, si les aseguramos que la universidad no es un templo del saber si no la forma de obtener un empleo bien remunerado. Entonces, con tamaño alarde de eficacia, a lo mejor nos topamos con un doble problema: que perdamos el tren de la verdad y la bondad y acabemos perdiendo, también, el tren de la utilidad. En el otro extremo del péndulo del utilitarismo anida otro problema, según Newman: convertir la Universidad en un centro de formación de caballeros. Ya la antigua nobleza persa, cuenta Jenofonte, consideraba que los jóvenes debían aprender dos cosas: decir la verdad y montar a caballo. Desconozco el orden de prioridades pero me temo lo peor. Y Newman, el mejor conocedor de las universidades británicas en el siglo XIX, el siglo donde el mundo se dirigía desde Londres, describe así el ideal ético de la época victoriana: "No es el pecado, sino su descubrimiento, lo que constituye un crimen. La vida privada es sagrada. Investigarla resulta intolerable y la decencia es la virtud. Los escándalos, las barbaridades, todo lo que turba y disgusta, son faltas de primer orden. Beber y jurar, pobreza extrema, imprevisión, pereza, desorden desidioso, forman la idea de libertinaje". En resumen, vigilar las formas, el fondo puede ser inmundicia pura, que, si no lo revuelves, ni lo verás ni lo sentirás. Y así, prosigue Newman, "los poetas pueden decir cualquier cosa, aunque sea malvada, con impunidad; las obras del genio pueden leerse sin peligro o vergüenza, sean cuales sean los principios que defiendan, la moda la celebridad, lo bello y lo heroico bastarán para introducir cualquier mal en la comunidad". Y de postre, la educación del caballero, la ética sin Cristo, que de eso hablamos, acabará en esto: "los esplendores de la corte y los encantos de la buena sociedad, el ingenio, la imaginación, el gusto, la buena educación, el prestigio del rango y los recursos de la riqueza constituyen una pantalla, un instrumento, una apología del vicio y la irreligión". Es lo que se llama educación sin formación. Me pregunto cuántos docentes se plantean hoy, 150 años después, su obligación de formar a los universitarios… también en las universidades oficialmente católicas. Eulogio López eulogio@hispanidad.com