El BCE va a reducir lo que paga a la banca por depositar su dinero sobrante en el BCE. Y era una medida muy lógica producto de otro de los males que ha sembrado Mario Draghi: el exceso de liquidez y pocas oportunidades para prestar por la elevada morosidad. 

Para entendernos, Draghi inunda de liquidez el mercado con lo que devalúa el conjunto la economía europea, al tiempo que baja los tipos de interés, con lo que anula el negocio bancario. Para compensarles, ya no les cobrará por el dinero depositado en el BCE. Y así, ¡oh, milagro!, resulta que los bancos no prestarán dinero a la economía real, sino que se lo llevarán a Frankfurt. Claro que, prestarle a la economía real conlleva riesgos, pero resulta que esa es, miren por dónde, la función de la banca. 

Así, la banca no será más rentable pero sí más segura. Aunquen también es cierto que la mayor seguridad es la de los cementerios, así que lo mejor es que los bancos devolvieran el dinero a su clientes, cerraran las puertas y dejaran que sólo hubiera un prestamista: Mario Draghi. Sería magnífico, porque ni tan siquiera necesitaría depósitos de terceros: bastaría con que fabricara aún más dinero. Y baratico.

El único consuelo que nos queda tras la locura de Draghi es que no es el único demente que pulula por las cancillerías económicas y por los bancos centrales. Creo que todos ellos se han vuelto majaras, atacados por un virus llamado monetarismo, según el cual, la buena economía no consiste en fabricar bienes y servicios, sino en fabricar dinero. Además, ya no hace falta ni fabricarlos: el dinero de hoy es un mero apunte contable en la pantalla de un ordenador.