• El profesional miente más que el aficionado.
  • La verdad y la mentira existen, por supuesto, pero en su trasmisión (información) son realidades graduales.
  • Un poco de humildad antes de acusar al otro de mentir, resulta saludable.
  • No vaya a ser que caigamos en la gran mentira del institucionalismo: verdad es lo que dice alguien, o algo, grande.
  • El mejor consejo: para conocer la verdad, desconfíe de sí mismo.
Aumentan las noticias falsas en Internet. Por supuesto. Si del esquema un emisor (profesional) a millones de receptores pasamos al sistema de muchos emisores, incluso más que receptores, estaremos democratizando la información, con su consecuencia lógica: la chapuza. No se hacen profesionales de la información sin preparación, tiempo y coste. Dicho de otra forma: en el mundo hay 7.000 millones de habitantes, no puede haber 7.000 millones de periodistas. Ahora bien, el problema-consecuencia de lo anterior, es decir, la moda actual, consiste en hablar de las falsas noticias (fake news). Y por ello se analiza la lucha de las empresas contra las falsas noticias. Dejando a un lado el pequeño detalle de que la mayor cantidad de noticias falsas generadas sobre una empresa surgen de la propia empresa, que es la que más miente, las cosas son ciertas o falsas pero en su nivel y grado. Mi experiencia profesional como periodista, y va para 40 años, me ha enseñado que la gente miente, o dora la píldora, aún sin saber que está mintiendo. Es más, el consejo más sutil que puede proporcionar la experiencia periodística es desconfiar de nosotros mismos. Personalmente, sólo considero cien por cien verdad el Evangelio. Y no lo he escrito yo. Y así llegamos a quien decide qué es verdad y qué es mentira, porque, cuando se trata de trasmitir información, periodismo, existe la gradualidad y, porque corremos el riesgo de que acabemos decidiendo que verdad es aquello que dice alguien, o algo, que es grande, mientras la mentira es lo que caracteriza a lo humilde y lo pequeño. Ejemplo, Vodafone no quiere colocar su publicidad en quienes emitan bulos; y entonces decide que sea el mayor esparcidor de bulos del mundo, una agencia de publicidad como WPP, o dos gigantes de la copia (que no de la creación) como Google y Facebook, quienes decidan lo que es verdad y lo que es mentira. Alucina vecina: los ladrones convertidos en policías. Los mayores fabricantes de bulos (la publicidad es un bulo, cuando menos una exageración sobre las bondades del producto) y los plagiadores de la información ajena, sea cierta o no, deciden lo que es verdad y lo que es mentira. ¡Toma ya! Ya he dicho muchas veces que me preocupa la corrupción pero aún me preocupa más los fariseos que se han convertido en regeneradores de España para acabar con la corrupción. Suelen ser los más corruptos de todos. Pues en la sociedad la información me ocurre algo parecido: me preocupan más los fariseos que dicen luchar por la verdad en la red que los bulos de desinformados y aficionados de las redes sociales. Aquellos buscan el monopolio de la verdad y de la información que la trasmite. En el primer caso nos enfrentamos a la chapuza; en el segundo a la tiranía mental, que es la peor de todas las tiranías. Y en cualquier caso, el profesional miente más que el aficionado. En cualquier caso, ¿distinguir entre realidad y bulo por medios electrónicos? ¿A que no? Eulogio López eulogio@hispanidad.com