• La cosa empezó con el desagradable incidente de la manzana.
  • Fue entonces cuando la serpiente propuso que Dios era el malo de la película.
  • Adán y Eva picaron, como unas cuantas decenas de millones de personas más a lo largo de la historia.
  • Nada nuevo, por tanto: no discutimos sobre la existencia de Dios sino sobre la bondad de Dios.
  • O sea, más peor. La técnica es sencilla. Cuando cuela, niego a Dios. Si no cuela, niego su amor.
La serpiente abrió la tendencia con un argumento de corte político, o sea embustero, como si se tratara de un Pedro Sánchez cualquiera. Ocurrió cuando el desagradable incidente de la manzana. La ingenua Eva le dijo que el Señor les permitía comer de todos los árboles de la tierra (por cierto, ecolojetas: además de comer de los frutos del planeta, permitió al hombre someted al planeta), menos del árbol de la ciencia del bien y del mal. Para los más tontos de los tontos, los modernistas que examinan la biblia con escuadra y cartabón, el relato es un infundio (¡Ellos son así de astutos!) dado que el árbol de la ciencia del bien y del mal no existe. Tras esta aportación de alta biología deciden negar el pecado original, que es algo parecido a decir que si un bombón de Ovetus (los mejores bombones del mundo) tiene roto el estuche es que el tal bombón no existe. Sí, los racionalistas son así de imbéciles: se quedan sin el bombón. Pues bien, como se trata de una metáfora (desconocemos en qué consistió el pecado original aunque algunos intuimos que fue un pecado de orgullo) la serpiente, aquí voy, labró la teología de la sospecha sobre Dios, que no es mala teología pero calumnia eficaz: No, ese pérfido Creador os ha prohibido comer del árbol de la ciencia del bien y del mal porque en cuanto lo comáis, seréis como dioses. En definitiva, Dios se convertía en sospechoso, en el malo de la película. Un éxito mucho mayor al de la otra calumnia, la calumnia metafísica: Dios no es ni bueno ni malo, Dios no existe. Pero por si un aquel, el bueno de Satán ha ido alternando ambas sospechas a través de las distintas épocas históricas. Cuando la gente era lo suficientemente tonta como para pensar que el hombre y el universo se habían creado a sí mismos, lanzaba la certeza de que Dios no existía. Los demonios nunca entran donde no les dejan entrar. Sus creaciones son fruto de los desvaríos de los hombres. No pueden crear, su poder sólo alcanza a pervertir lo creado. Cuando se trataba de una civilización -o de una persona- más formada, más capaz, pasaba del terreno de la fe al de la esperanza y optaba por decidir que Dios sí existe pero es malo, o al menos sembraba la sospecha de que es un Dios relojero que ni se preocupa ni se ocupa del hombre. Nada nuevo bajo el sol. Ahora toca no discutir la existencia de Dios sino la bondad de Dios. O sea, más peor. La técnica es sencilla. Cuando cuela, niego a Dios. Si no cuela, niego su amor. Depende de la necedad de la época y de la persona. Eulogio López eulogio@hispanidad.com