• Aclaración. El profeta no es el periódico de mañana: busca la conversión, no la adivinación.
  • El telediario de mañana sólo existe en los analistas de tendencias y en los doctrinos de la conspiración.
  • Pero los analistas no llevan túnica, sino corbata, trabajan para gobiernos y bancos y se hacen llamar consultores.
  • Y los otros confunden conspiración con consenso.
  • Por el contrario, las voces proféticas son hoy más necesarias que nunca.
  • Pero también más peligrosas porque algunas son falsas: hay mucho majadero.
  • En cualquier caso, confiemos en los profetas.
Se lo oí recientemente a un sacerdote reputado de teólogo: Dios dirige la Iglesia a través del Magisterio y de los carismas particulares. Por resumir mucho, seguramente demasiado, a través de papas y profetas…y algún patriarca o fundador que se cuela en escena cada siglo, más menos. Cuando hablo de profecías no hablo de dones preternaturales y cuando hablo de profetas no hablo de visionarios, aunque sí puede tratarse de videntes, que es distinto. Hablo de la vieja, viejísima, tradicional y primigenia oración. Porque en la oración el hombre habla… ¡y Dios contesta! No sé por qué tendemos a olvidar esta segunda parte. Por tanto, cuando alguien se extraña de unas revelaciones de Dios a una persona -generalmente escoge a los más humildes-, de unas visiones, de unas locuciones, de unas apariciones (y demás 'ones'), no debería extrañarnos nada. Lo que debería extrañarnos es que no se produzcan más. Siempre que se abre la ventana sobre el infinito, es decir, siempre que un hombre abre su corazón a Dios, en plata, siempre que se pone a rezar, se corre el riesgo de que Dios responda. Y aunque no presumo de ser el gran conocedor de Cristo, añado: suele responder según la forma que le viene en gana, bajo la premisa común de hablar "de corazón a corazón". Y ahí cabe todo. De hecho, a Dios se le suele escuchar de corazón a corazón, en cuatro dimensiones. Son las cuatro coordenadas que posee el corazón, es decir, el amor. En consecuencia, cuando hablamos de profetas no hablamos de sucesos extraordinarios sino de sucesos ordinarios, aunque no reconocidos. También la privacidad de las personas es omnipresente en el mundo y, sin embargo -salvo la de Belén Esteban- apenas es conocida. Aclaración. El profeta no es el periódico de mañana: busca la conversión, no la adivinación. El telediario de mañana es cosa propia de los analistas de tendencias y de los doctrinos de la conspiración. Pero los analistas no llevan túnica, sino corbata, trabajan para gobiernos y bancos y se hacen llamar consultores. Gente respetable. Y los otros, los de la sospecha permanente, confunden conspiración con consenso, sin darse cuenta de que el consenso es mucho más grave que la conspiración. Ésta se neutraliza con la detención de los conspiradores, aquel es imparable. Por el contrario, las voces proféticas son hoy más necesarias que nunca, también más peligrosas porque algunas son falsas: hay mucho majadero. Pero la existencia de fraudes científicos no anula el valor de la ciencia. En plata, en el siglo XXI cunden los profetas porque vivimos una etapa fin de ciclo y Dios quiere salvar el mayor número de almas posibles. Despreciar las profecías es aún más necio que pensar que todos son profecías, incluidas las echadoras de cartas. ¡Cuántos santos, místicos y teólogos han sido incluso condenados por el Magisterio durante tiempo para luego canonizarlos! Ejemplos: Faustina Kowalska, la mística más de moda actualmente, en cuanto apóstol de la Divina Misericordia. Hoy es Santa Faustina. ¿Cómo distinguir a un verdadero profeta de un charlatán? Eso siempre se llamó don de discernimiento pero, para empezar, basta con comprobar si lo que dice está de acuerdo con el catecismo. Si supera esa primera prueba vamos bien. El resto, discernimiento y confianza en un Dios que no puede ni engañarse ni engañarnos. A ver si hacemos más caso a los profetas. Hoy más que nunca. Eulogio López eulogio@hispanidad.com