A Donald Trump hay que leerle o escucharle, no hay que verle. Su carácter atrabiliario esconde un sentido común a prueba de dinamita.

Por eso, se ha plantado en el Foro de Davos, el club filantrópico internacional (Dios nos libre de los filántropos) y ha dicho que está harto de los profetas del Apocalipsis climático -no, no tenía por qué estar pensando en la vicepresidenta de Sánchez, la climática Teresa Ribera- y que iba a seguir utilizando toda energía que ayude a mejorar la calidad de vida de los norteamericanos: ¡Quién tuviera un presidente así!

Por eso, cuando se plantó en Davos, este año dedicado –no se lo van a creer- al cambio climático, que los ricos también son progres, Trump dio una idea: plantemos árboles. USA mejorará su medio ambiente con las fábricas de oxígeno desde que el mundo es mundo: se llama árbol.  Estados Unidos plantará árboles para mejorar el medio ambiente.

Es decir, no hará lo que hace el Gobierno español y casi todos los bomberos europeos: automutilarse. Es decir, prohibir, prohibir y prohibir.

En resumen, el presidente norteamericano vuelve a plantar cara a los tópicos globales. Es de agradecer.

Y las cifras le avalan: con un desempleo histórico del 3,5% en Estados Unidos -¡quién lo pillara!- Trump mejora la economía de los suyos pero aquí le definimos como la quintaesencia de todos los males.