Lee Marvin, siempre defendió que sus películas no instaban a la violencia. Argumentaba el gran actor norteamericano que otros productos, presuntamente menos conflictivos, sí lo hacían: “Mis películas no harán que la gente salga a la calle con hachas o algo por el estilo. Es más posible que eso lo consigan las películas de Shirley Temple. Después de escuchar On The Good Ship Lollypop (En el buen barco Lollypop), tienes que salir y pegarle a alguien. Resulta inevitable”.

Estoy de acuerdo con él. Si reparan en la letra de la cancioncilla de la rutilante estrella de Hollywood, comprenderán al bueno de Marvin. Una horterada de ese calibre sólo puede alentar los más bajos y violentos instintos del ser humano, cuando una sola palabra resuena en la mente de los que escuchan: ¡Matar!

Ahora les pido que contemplen el enorme parecido de Shirley Temple con la izquierda española actual, tanto socialistas como podemitas y, en general, con la progresía del siglo XXI.

A ver, ¿la estrella favorita de esta progresía no son los delitos de odio? No hace sino pocos días que nuestro presidente del Gobierno aseguraba que Europa había nacido para “vencer al odio”, mientras Juan Carlos Monedero, el profundo ideólogo de Podemos aseguraba que él había “sido muy sufridor, también de amor”. Por no hablar del hortera más cursi de todos, el líder del progresismo de izquierda, don Pablo Iglesias, quiere asegurar por ley que la mujer maltratada pueda llevarse con ella, de oficio, a su mascota, a su cuchi en forma de perro, gato, ratón o salamandra.

Don Pablo asegurará ese privilegio como debe hacerlo un estadista: en el BOE, por fuerza de ley: no sin mi Cuchi.

E insisto, no me preocupa el leninismo, aún cuando siempre vaya animado por razones homicidas. Del progresismo contemporáneo, especialmente en la izquierda española: es su cursilería lo que me preocupa. Como aseguraba Lee Marvin, al contemplar a tan remilgados gobernantes, tan amanerados prebostes, tan finolis revolucionarios, tan amerengados líderes… pues sí, no hay más remedio que salir a la calle y pegar a alguien. Es inevitable.

Shirley Temple resultaba más recia que nuestra progresía.