• Personalmente me quedo con ninguno de los dos.
  • Aunque en mi opinión los fariseos regeneradores son más hipócritas que los corruptos, esto es, unos simples chorizos.
  • En los tribunales no se puede hacer justicia por la sencilla razón de que no todo lo que es verdad es demostrable.
  • Y todo acusado es inocente hasta que no puede pagar la minuta del abogado.
  • Entre el falto de escrúpulos pecuniarios y el ayuno de misericordia, así, entre nosotros, me quedo con el chorizo.
  • En cualquier caso, me conformaría con un poco menos de hipocresía en la materia.
Lo comentábamos en nuestras Minucias Radiofónicas del miércoles 26: un reportero de no sé qué canal de televisión esperaba, ansioso, la llegada la nueva estrella mediática. Bajo la lluvia, impasible el ademán, con el micrófono escondido bajo el paraguas, nuestro hombre la aguardaba: no era Cristiano Ronaldo, era el nuevo preso del penal de Soto del Real (en la imagen), Jordi Pujol junior. ¡Cuánta emoción! Y para eso le habían mandado a 60 kilómetros de Madrid, para filmar unos segundos la entrada de un nuevo recluso que, mucho me temo, no tenía el cuerpo para declaraciones. Los españoles vivimos obsesionados con la corrupción. Ciertamente hay que acabar con ella. Ahora bien, en circunstancias normales el corrupto estaría en los tribunales y si se demuestra que ha metido la mano en la caja común, a chirona. Punto y final. Sin embargo, la corrupción se ha convertido en una obsesión colectiva (no existen las hipnosis colectivas pero sí las obsesiones colectivas) y el nacimiento de una nueva casta, en mi opinión más peligrosa que la de los corruptos: los regeneradores de la vida pública. Digo peores porque, por de pronto, les falta clemencia y entre el falto de escrúpulos pecuniarios y el ayuno de misericordia, así, entre nosotros, me quedo con el chorizo. Luego está el curiosísimo hecho de que nos comportamos como si la solución estuviera en los jueces, como si los tribunales tuvieran algo que ver con la justicia. Y esta es una cuestión práctica y elemental. En los tribunales no se puede hacer justicia por la sencilla razón de que no todo lo que es verdad es demostrable. Recuerden cuál es el motor de la Administración de Justicia: todo acusado es inocente hasta que no puede pagar la minuta del abogado. ¿De verdad alguien puede ser tan ingenuo que pueda pensar en que la detención de Ignacio González puede servir de escarmiento? Siempre habrá corrupción pública mientras haya corrupción privada. Así que -Zapatero dixit- (observen qué argumento de autoridad) menos ensañarse con el caído y más distinguir entre corruptela y corrupciones. Entre tontunas y aberraciones. Todo lo anterior es obra de fariseos, pero la obra cumbre del fariseísmo regenerador consiste en que la corrupción, en sí misma, le importa una higa al fariseo. Para él, sólo es materia prima que arrojar al occipucio del adversario o bien materia apropiada para practicar la delación para abrirme camino en la carrera política. En cualquier caso, me conformaría con un poco menos de hipocresía en la materia. Y no: no estoy pensando en ninguno ni en ninguna. ¿Qué se habían creído? Eulogio López eulogio@hispanidad.com