Una muy agradable doctora –quizás bióloga, que últimamente los biólogos, antes expertos en animales, se han vuelto expertos en humanos– nos explica que la congelación de óvulos para retrasar la maternidad (negocio al que ella se dedica, por cierto, aunque nada de esto sea publicidad) supone un hito similar al de, en su día, los anticonceptivos y la planificación familiar. Naturalmente, se trata de la directora de una unidad reproductiva.

Pu mire usted, todos los anticonceptivos que hoy se reparten en el mercado son potencialmente abortivos. Segundo, las personas no se planifican: se planifican las vacas. Tercero: las personas, ellos y ellas, hacen algo más que reproducirse: conviven, engendran y educan.

Por cierto, ¿quién ha dicho que los bebés desean una madre vieja?

​¿Cómo hacen para no tener hijos? ¿cómo hacen para sí tenerlos? No procrean, los fabrican

Y más. En todo el reportaje, el padre ni aparece. Sin embargo, los niños necesitan una madre y un padre.

Cuarto: la maternidad no es una experiencia: no buscamos niños para las madres, buscamos, madres, y padres, para los niños.

Todo esto a cuenta de que la mujer esta discriminada porque la edad fértil es también la de mayor competencia en el trabajo. De acuerdo, es cierto. Se trata de una discriminación natural, no ficticia. Ahora bien, la solución no es congelar óvulos para tener niños de no se sabe quién (incluso podría ser del padre que los va a educar) a partir de los 40 años: las solución es compensar a la mujer con un salario maternal a cambio de esa discriminación, Un salario que debería pagarse hasta que el niño cumpla 18 años, como en Alemania; no hasta los tres, como en España.

Pero como tenemos grandes tragaderas, nadie se opone a las majaderías que sueltan las televisiones.