• Todos con la centralidad... y que Dios nos pille confesados.
  • La centralidad no es más que pensamiento único y castigo de la divergencia.
  • Quienes predican centralidad y moderación temen a unos principios que califican de radicales.
  • Pero, sobre todo, temen a la coherencia con cualquier tipo de principio.
  • Inter-religiosidad. Señor Margallo, déjese de coñas. Aquí sólo hay una religión perseguida, la presuntamente suya: la cristiana.
  • De poco me vale ser culturalmente cristiano si no hablo con Cristo. Es esto lo que distingue al cristianismo de otros credos.
Asegura el ministro José Manuel García Margallo (la cabeza mejor amueblada del Gabinete Rajoy, lo que no es mucho decir) (en la imagen), que CIU ha perdido la centralidad política. Está muy de moda esto de la centralidad. Significa que, en el fondo, pocos demócratas creen en el pluralismo democrático y que, en el fondo, consideran que la estabilidad -de la que el mejor ejemplo son los cementerios- sólo funciona cuando el intercambio de ideas se convierte en un eufemismo porque, en el fondo, todos pensamos lo mismo: todos estamos en el centro. O sea, lo de Ortega y Gasset cuando alguien se le acercó y le preguntó: -¿Qué, don José, intercambiamos ideas? -No -respondió el sociólogo-, que saldré perdiendo. Y el que no esté en el centro, naturalmente, es un radical, un ultra. Estoy describiendo, por si no me explico bien, que la llamada centralidad no es más que el viejo pensamiento único. Es más, existe una segunda derivada del novísimo concepto de centralidad aún más peligrosa: la centralidad no se refiere a una doctrina política sino a cualquier doctrina, de cualquier tipo, vivida con coherencia. A los moderados de la centralidad no sólo le gustan las ideas radicales sino aquellos que pretenden ser coherentes con sus principios, sean principios centrales o radicales, moderados o extremistas. Confunden coherencia con fanatismo. Para Margallo, Artur Mas ha perdido la centralidad porque ha roto las reglas del juego del reparto del poder entre los de siempre. No, no estoy apoyando a Artur Mas: le he llamado Quijote Mas, un personaje patético, perdido en su ensoñación y acompañado por Sancho Junqueras. Pero el problema no es de centralidad, el problema, señor Margallo, es de sentido común. Por cierto, que el titular de Exteriores de Mariano Rajoy aprobó tan profundos conceptos en un certamen sobre diálogo intercultural e interreligioso. Ya saben, para, desde la centralidad, evitar el fanatismo. Decíamos ayer que empieza a resultar un pelín molesto esas reuniones elevadas entre representantes de distintos credos para la muy deseable y pacífica convivencia entre religiones. Mire usted señor Margallo, déjese de coñas: aquí sólo hay una religión perseguida. La presuntamente suya, la cristiana. Y la segunda cuestión: uno puede ser culturalmente cristiano y ser poco cristiano, mientras que el revés es imposible. Así, de poco me vale ser culturalmente cristiano si no hablo con Cristo. Es esto lo que distingue al cristianismo de otros credos. Por tanto, puede usted convocar a todos los credos del mundo en pos de la inter-culturalidad y la inter-religiosidad y no sabe cuántos inter más: estará usted mezclando manzanas con naranjas. Eulogio López eulogio@hispanidad.com