Muy sencillo: tres imágenes. En la primera, Pedro Sánchez aparece durante uno de sus primeros viajes oficiales, en un acto de enaltecimiento y oculto a los reyes de Marruecos, Mohamed V y Hassan II, dos profundos demócratas.

En el presente, Pedro Sánchez se retrata sonriente con el demócrata Hassan Rohani, sátrapa iraní en la misma reunión de Naciones Unidas donde Pedro Sánchez suspira porque, por fin, gracias a él, que ha logrado el permiso para desenterrar un cadáver sepultado hace 42 años, la democracia ha vuelto a España, tras haber acabado con el dictador.

Lo anuncia en Naciones Unidas, porque los progresistas lavan los trapos sucios en la sede del Nuevo Orden Mundial (NOM).

Y hablando del Nuevo Orden. Ni el pasado ni el presente definen a nuestro presidente del Gobierno. Lo que define de verdad, a quien de verdad responde es a la tercera instantánea, donde se deja fotografiar, sonriente, al lado del hijo del inefable George Soros. Eso es lo que mejor define a Pedro Sánchez. Eso sí, le entretienen con el hijo del intermediario: la España del siglo XXI debe conformarse con esto.

Tres imágenes: pasado, presente y trasfondo. La tercera es la más preocupante pero todas están marcadas por el motor Sánchez: el cainismo.