• No van a por los curas, van a por Cristo, perpetuamente encarnado en la Eucaristía.
  • Y ha llegado el momento de que los cristianos defiendan esa eucaristía con su propia vida.
  • ¿Pero es que nos dais cuenta? Esta es la madre de todas las batallas. Y no la podemos evitar.
Lo contábamos en Hispanidad: el ayuntamiento de Lalín, regido por una amalgama de partidos progres, también el PSOE, han decidido no solo separar al Ayuntamiento de la Iglesia y la profesión de la convicción -un imposible pero, a la postre, defendible- sino obligar a los concejales cristianos a no poseer ningún símbolo religioso ni a mostrarse como cristianos en las dependencias municipales. Ya saben lo de Chesterton: "Está bien quitarse el sombrero a la entrada del Parlamento o de la redacción pero no la cabeza". Ni que decir tiene que el único 'símbolo' que los tontiprogres de Laín, provincia de Pontevedra, quieren censurar, expulsar y recluir a Dios en la conciencia individual, en la que, por cierto, no creen. Alá, Buda o cualquier ídolo… eso no les importaría que se mostrara y hasta exhibiera. Forma parte del paisaje, incluso de la 'cultura', pero Cristo jamás, que ése sí que existe. Insisto en que no vivimos en tiempos de anticlericalismo -¡jalá!- sino en tiempos de cristofobia, que es distinto sólo que peor. Lo que se ha hecho en Lalín no es laicidad ni laicismo: es el odio a Cristo y la vulneración del principio de la libertad religiosa. Todo empezó en el Ayuntamiento de Madrid cuando una condenada -no investigada, ni imputada, sino condenada- por atentado contra un derecho fundamental, como es la libertad religiosa, no solo no dimite sino que es aplaudida por el pintamonas que lidera Podemos, el señorito Pablo Iglesias. Porque el anticlerical va contra el cura, el cristófobo va contra Cristo, especialmente contra la Eucaristía, que es el Dios encarnado, no hace 2.000 años, sino ahora mismo, cada día y todos los días. Sí, acepto que Rita Maestre es lo suficientemente lela como no caer en la gravedad de sus hechos, pero no lo es para empecinarse en su bestialidad ni para que su orgullo de esclava de la protesta le impida intuir qué es lo que está haciendo y, sobre todo, qué es lo que está deshaciendo. La cristofobia, y su arremetida contra la Eucaristía -no se engañen: a por eso van- no ha hecho más que empezar. Ha llegado el momento de defender al Santísimo, si fuera necesario, con la propia vida. Pero, ¿es que no lo veis? Esta es la madre de todas las batallas. Y no la podemos evitar. Eulogio López eulogio@hispanidad.com