El líder de Ciudadanos, don Albert Rivera, es uno de los grandes amantes del tópico. Así, nos ha informado como si de una gran revelación se trata que oponerse a las VTC es algo así como si Correos se hubiera opuesto a los emails.

Es decir, que los taxistas se oponen a la alta tecnología. Venga Alberto, no te pases. La plataforma Uber es la tecnología del chupete. Cualquier red de taxistas puede construir una red similar en poco tiempo.

No, hombre, no. Lo que pasa es que Uber tiene mucha cara. Es el peor de los capitalismos: el del intermedio financiero o informativo. Los trabajadores de las plataformas son falsos propietarios que se adquieren su propio coche y que son los que realmente arriesgan y que, encima, no tienen ningún poder. Son, de hecho, proletarios, que no propietarios, que aportan su inversión pero que para sus ingresos, dependen del intermediario: la plataforma.

Porque los chóferes VTC asumen los riesgos y la inversión, pero su negocio depende del intermediario, de la plataforma

Los taxistas, por el contrario, no. Son –eran– propietarios de su licencia, de su coche y cuidaban el servicio porque esa misma razón: propietarios y no proletarios. Todo empezó a torcerse cuando un señor empezó a poseer demasiadas licencias, cuando se proletarizaron… y ahora se están podemizando. De ahí su violencia. Los taxistas tienen que volver a ser propietarios, no proletarios. Una licencia por taxista, no más.

La podemización del taxista será su ruina. De hecho, ya se están haciendo odiosos. Solución: un taxista, una licencia. Y entonces sí: las VTC no tendrían otro futuro que… convertirse en taxistas.

Y no es ninguna tontería: un servicio público no se puede establecer sobre una infraestructura digital privada que, en cuanto consiguen hacerse con el monopolio o crear un oligopolio, disparan los precios, porque no están sometidos a regulación alguna.

Eso ni es tecnología ni es liberalismo: es mucha cara.