Seguramente para festejar la Sagrada Familia, se celebra ahora el decimoquinto aniversario de la aprobación de la Ley contra la Violencia de Género, maravillosa obra de José Luis Rodríguez Zapatero, ese hombre que tanto hizo por España. 

Ley injusta, porque condena al varón antes de investigar y de juzgar. El varón entra en el calabozo a la menor acusación de la mujer sin diligencia previa. Ley nefasta, porque no ha servido para otra cosa que para destrozar familias y para dejar hijos -incluso hijas- sin padres. Ley inicua, porque ha disparado el feminismo más cruel (concretado en robarle los hijos a los padres y en convertir a la mujer en verdugo, al poner la fuerza del Estado a su servicio).

La norma fue aprobada por la totalidad de los parlamentarios, lo que le ha proporcionado un prestigio democrático de mucha enjundia. En mi opinión -tan humilde opinión, que estoy sinceramente convencido de ella-, de tal consenso no concluyo legitimidad democrática, sino estupidez parlamentaria. Es decir, concluyo que contamos con unos congresistas que se guían por lo políticamente correcto, sin atreverse, jamás de los jamases, a apartarse un milímetro de ese pensamiento único, a cuya lealtad fían su salario, su pensión y demás privilegios. 

Y para justificar un consenso inmundo, que les permita mantener esos privilegios, sus señorías han decidido que quien se oponga a esta mandanga legislativa es un fascista como la copa de un pino (las famosas copas facciosas de las coníferas). 

Y no se hable más.