En muchas de nuestras ciudades ya no suenan las campanas para llamar a misa. Es un signo, uno más, de un catolicismo escondido, que tiene miedo a decir: aquí estoy.

En épocas pasadas, aplaudiría esta actitud. En principio, la práctica religiosa debe ser discreta, como todo aquello que afecte a la conciencia del hombre. Pero hoy, precisamente hoy, cuando cunde la cobardía entre los católicos, en una atmósfera social anticristiana, creo que la opción debe ser la opuesta: el católico actual debe ser exhibicionista, debe hacer gala de sus convicciones a tiempo y a destiempo, con el higiénico objetivo de ser censurado e insultado... si fuera menester. O eso, o la vuelta a las catacumbas. 

Además, recuerde: a quien me negare delante de los hombres... 

Que suenen las campanas.