No soy historiador, ni sociólogo, ni tengo ningún título que me dé especial autoridad, pero, como ciudadano preocupado por mi tierra valenciana, sí creo que puedo opinar sobre los hechos sucedidos en fecha lejana, un 25 de abril de 1707, día en el que, en el contexto de una guerra más amplia, la de Sucesión española, uno de tantos enfrentamientos entre españoles, tuvo lugar la conocida Batalla de Almansa. Puede pensarse que, visto desde hoy, poco importa lo que sucediera aquel día porque se trata de un ejercicio inútil, de historia-ficción, imaginar cómo sería nuestra vida, nuestra sociedad actual, si las cosas hubieran sido de otra manera.

Y no les falta razón a quienes así piensan, porque la historia es la que es, y los hechos son los que son, y los que vienen detrás no tienen más remedio que adaptarse a sus consecuencias, sin posibilidad de modificarlas. No vale juzgar, con los ojos de la actualidad, lo bien, o lo mal, que lo hicieron nuestros antepasados. Sin embargo, si es necesario, a mi juicio, saber lo que pasó, y porqué pasó, para poder comprender por qué somos como somos.

Según un prestigioso historiador valenciano, Antonio Furio, con el que estoy de acuerdo en esto, la Guerra de Sucesión, la Batalla de Almansa, fue, y cito textualmente, “una guerra territorial, del centro contra la periferia, de Castilla contra la Corona de Aragón, y una guerra política, del absolutismo contra el parlamentarismo, ocultos baja la apariencia de un conflicto dinástico”. Es absolutamente imperdonable que, sea cual fuere el sentido que cada uno le quiera dar, y viviendo como vivimos, afortunadamente, en un régimen democrático, donde se puede hablar y debatir libremente, y es lícito concienciar, una gran parte de las fuerzas políticas, y parece que también, de un buen número de organizaciones sociales, quieran que pasen desapercibidos unos hechos, una historia, trascendentales y que explican la evolución de nuestra sociedad. Y ya no tanto que puedan pasar desapercibidos, sino más bien al contrario, que exista, en el momento actual, una cierta vocación de la izquierda por reescribir la historia.

Me resulta difícil entender, se me escapan las razones que pudieran existir, que los actuales poderes, de cualquier tipo por lo que veo, quieran que ignoremos lo que somos, y por qué somos lo que somos los valencianos. O, dicho de otro modo, ignoro la razón por la que quieren que no sepamos, que no pensemos, y que nos conformemos con lo que tenemos. Se quiere, dado que la historia nos ha conducido aquí, a una sociedad en la que, aparentemente, todos, unos mejor que otros, vivamos bien y tengamos nuestras oportunidades, lo cual es cierto, para que pensemos que lo mejor que podemos hacer es dejarnos llevar. Y que no importa quién toma las decisiones sobre nosotros, y que nos dediquemos, simplemente, a aprovechar lo que nos ofrecen.

No creo en ello, y menos en el determinismo de una mediocre clase política dominante. Y no creyendo, como ya he anticipado, aún cuando pudiera llegar a disponer de muy poco sentido común para tan craso error, no estoy muy seguro de que deba ser así, en ninguna circunstancia. No es admisible desconocer nuestros orígenes. Ello nos conduciría a una cierta orfandad limitante, frustrante, generadora de una ansiedad agobiante, muy difícilmente soportable.

Por ello mismo, pienso que todos los pueblos, y el valenciano no puede ser una excepción, deben saber por qué es como es, algo imprescindible para que pueda decidir sobre lo que quiere ser. Las sociedades deben asumir, y aceptar, las consecuencias de su pasado, ya que de lo contrario, como las personas, vivirían instaladas en la inseguridad, dejándose llevar por los más decididos, quienes, quizá incluso, de buena fe, creyendo que les hacen un favor, pero aprovechando esa indefinición, no dudarán en beneficiarse de la situación.

No sólo son culpables los independentistas, sino también la asimetría de los socialistas del PSC

Hace más de trescientos años perdimos una batalla, y sus consecuencias han sido las que son para nuestras vidas. Sin rasgarnos vestidura alguna por ello. La historia de las civilizaciones, y de las sociedades que hoy conforman el planeta, están repletas de "batallas y guerras perdidas", que han condicionado las vidas de todos. Ahora, de nuevo, estamos inmersos en otra guerra, afortunadamente incruenta, y en la que está en juego la recuperación, o la pérdida definitiva, de algunos de los rasgos y características de nuestra personalidad, que habremos ido moldeando a lo largo de los siglos a través de la única realidad de la historia, la realmente vivida.

Uno, el que esto escribe, optimista con fundamento, algo voluntarista, piensa que una sociedad democrática es capaz de orientar su futuro con la fuerza de los votos. Y estos no pasan por considerarnos parte de los “Països Catalans”. Manipular torticera, y artificialmente, la historia no servirá para hacerla realidad. Nunca, como sujeto político, han existido los llamados "países catalanes". La literatura señala, identifica, precisamente, a dos valencianos como precursores de la utilización de tal expresión. El primero de ellos, un historiador de Derecho, quien escribiera sobre tal concepto, desde una sola perspectiva de identidad lingüística, allá por 1870 y, el segundo, artífice de una cierta popularización del término, a mediados del siglo XX, el escritor Joan Fuster. La voracidad independentista, ha hecho suya, desde la megalomanía más aberrante, la idea de una mancomunidad de pueblos que se extiende, por el sur hasta los límites de la actual Comunidad valenciana, por el norte hasta los viejos condados franceses, por el este a las Islas Baleares y por el oeste a la franja más oriental aragonesa. La misma cantinela de todos los dictadores anexionistas que han sembrado las páginas de la historia de los pueblos de guerras y sufrimiento.  

En el contexto actual, ciertamente preocupante de la política española, consecuencia de los graves acontecimientos que padecemos en Cataluña, la ambigüedad de los partidos políticos secesionistas que ejercen su influencia en la comunidad autónoma, magnifican -aspirando al "vellocino de oro" de la independencia y la conformación de la "República Catalana"- la idea de los países catalanes y, para ello, la manipulación de los sentimientos de quienes orgullosos de sus orígenes valencianos se sienten amenazados por una suerte de fagocitación de la ambición mesiánica de los líderes  independentistas. Sin restar algo de culpa a la órbita del federalismo asimétrico del PSC. El pueblo valenciano tiene su historia y su futuro por delante y Europa, tierra de todos en la que nos encontramos, no es catalana.