Creo recordar que fue Picasso quien dijo aquello de que “la inspiración existe, pero ha de encontrarte trabajando”. Y es verdad. La inspiración, las ideas que tienes en tu mente, no sirven de nada si no te encuentras sobre el papel. Un mismo argumento, lo desarrollas de un modo distinto según el estado de ánimo en el que te encuentres al tiempo de transformarlo en escrito. Comprendo perfectamente a los pintores cuando dicen que, para pintar un cuadro, antes han tenido que emborronar varios lienzos. Más emborronas si sobre lo que pretendes escribir es una cuestión compleja perteneciente al mundo de unos pocos y que a ti te resulta algo, o mucho, ciertamente inescrutable.

Y hasta aquí, sólo pretendía realizar una introducción que me permitiera tratar de entender y ligar, uno de los riesgos graves de la sociedad del siglo XXI, el mundo de las nuevas tecnologías. Y aun cuando escribía con mi pluma de siempre este artículo, a un par de metros de distancia se encuentra un amigo, técnico informático, tratando de instalar en mi ordenador un “antivirus” que proteja la información que en él almaceno… e impide que me invadan los nuevos malhechores de esta época vertiginosa en el uso de las herramientas informáticas.

Resulta que, desde hace unos días, mi ordenador no funcionaba bien. Iba muy lento y no obedecía exactamente a mis órdenes, o hacía cosas que yo no pretendía. Mi amigo, el técnico, me cuenta que, probablemente, a través de Internet, me ha entrado un “virus”. Es decir, intencionadamente, alguien, para mí, desconocido, ha querido colarse en la intimidad de mi ordenador y, a través de él, en mi vida y en mi mundo. Me estremece pensarlo. Me acongoja sentirme exhibido y observado por cualquiera, y más todavía si yo pudiera contribuir a que esa invasión, sin pretenderlo, pueda extenderse a mis amigos, con los que me comunico a través del ordenador.

Hemos relajado nuestros valores y relativizado nuestras creencias. Es lo que hace el virus con la máquina

He de confesarles mi desconocimiento sobre estas cuestiones. Y asumiendo ello, quiero compartir con Vds. mi absoluta incomprensión de la finalidad de lo que persiguen quienes están detrás de estas acciones. No acierto a comprender qué pretenden y qué beneficios esperan obtener con tales actitudes. A diario podemos conocer la existencia de organizaciones supranacionales dedicadas a los ciberataques, a modo de extorsión a ciudadanos comunes y anónimos. Es la nueva delincuencia del siglo XXI

Me acerco a la mesa en la que está mi amigo para ver cómo avanza con su trabajo, y me dice que ya ha encontrado lo que tengo, y resulta que no es un “virus”, que es un “gusano”. Algo no tan grave como aquello, pero igual de fastidioso. Sigo sin entender nada. No sé si debería estar eufórico tras la noticia o igualmente preocupado, ¡no tengo un virus, tengo un “gusano”!

Esa suerte de delincuencia informática no deja de representar una versión actualizada de la corrupción moral y material que experimenta la sociedad en su conjunto y, además, de forma global. Si convenimos que cada vez son más sofisticados esos ciberataques y, consecuentemente, su identificación y eliminación, convendremos, también, que identificar a los virus y gusanos que nos rodean en la vida pública tampoco es tarea fácil. Avanzamos hacia ello, pero mientras lo hacemos, sus responsables desarrollan nuevas formas más sofisticadas de delinquir. De corromper la sociedad en la que vivimos. De desmoralizar al ciudadano de a pie que difícilmente llega a fin de mes y se desmorona con frecuencia cuando conoce por los medios de comunicación los robos de políticos inmorales que a diario son detenidos o investigados por esquilmar las arcas públicas.

Qué bueno sería que existieran “antivirus” eficaces para impedir esa corrupción. Aun cuando tuviéramos que mantener alerta la vigilancia sobre su eficacia. Aun cuando fuera precisa su constante y permanente actualización.

No se puede aceptar que la corrupción sea consustancial al ser humano

La única ventaja que tenemos respecto a los virus y gusanos informáticos es que los “delincuentes de cuello blanco”, los que deambulan a diario por los telediarios, son identificados pronto, sabemos quién los ha creado y qué es lo que pretenden. Los hemos creado nosotros, la sociedad en su conjunto, con la relajación de nuestros valores, y la relativización de nuestras creencias. El “todo vale”, el “todo es lo mismo”, el “todos somos iguales”, está teniendo unas consecuencias demoledoras. Es un substrato idóneo para la proliferación de individuos que se distinguen por su egoísmo patológico, y que únicamente pretenden su propio beneficio, sin importarles lo que les pueda ocurrir a los demás.

La “sociedad civil”, es decir, las organizaciones e instituciones de todo tipo (religiosas, culturales, políticas, económicas, etc.), no puede renunciar a la concienciación de la ciudadanía. Sin sesgo alguno de adoctrinamiento, pero desde la firme convicción de que acabar con la corrupción es tarea y obligación de todos y a todos debe comprometer. Trabajemos por el desarrollo de nuevas herramientas que posibiliten eliminar esos virus tradicionales, difíciles de erradicar si no nos ponemos a ello. Mirémonos en el espejo de otros países en los que la corrupción política es marginal o no relevante. La cultura y la voluntad social son determinantes para conseguirlo. Para evitar dejarnos llevar por el tópico de que la corrupción es consustancial al ser humano. Y agarrándonos a tan entreguista argumento sigamos permitiendo que sea una de las mayores preocupaciones de nuestra sociedad.

Parece que a lo único que se puede jugar en España es a la corrupción, como lo demuestran los escándalos prácticamente semanales que salpican la actividad política. Hay que acabar de una vez por todas con la corrupción, y fundamentalmente con la corrupción de la política y con los políticos que la practican. Me viene a la memoria una conocida frase de Ayn Rand pronunciada hace casi 70 años que dice así: ”Cuando adviertas que para producir necesitas obtener autorización de quienes no producen nada; cuando compruebes que el dinero fluye hacia quienes no trafican con bienes sino con favores; cuando percibas que muchos se hacen ricos por el soborno y por influencias más que por su trabajo, y que las leyes no te protegen contra ellos, sino que, por el contrario, son ellos los que están protegidos contra ti; cuando descubras que la corrupción es recompensada y la honradez se convierte en un auto-sacrificio, entonces podrás afirmar, sin temor a equivocarte, que tu sociedad está condenada”.