El pasado 17 de noviembre, BBVA y Sabadell anunciaron de manera oficial que estaban negociando su fusión, unas negociaciones que habían comenzado meses antes de manera informal, es decir, sin luz ni taquígrafos.

Era lo esperado por muchos. El consenso general había concluido ya que el banco que preside Josep Oliu no podía aguantar más tiempo en solitario. Hablamos de una entidad de banca doméstica con dedicación especial a las pymes, un sector de alto riesgo, más aún en tiempos de pandemia. Y, para colmo, su aventura internacional en Reino Unido había comenzado rematadamente mal.

Sí, el Sabadell es una entidad que cotiza en el Ibex, pero no alcanza la dimensión de Caixabank, Santander o BBVA y ya saben que, según la doctrina del BCE, el banco bueno es el banco grande y no el que tiene poca morosidad. Pobre de ti si aun teniendo cero impagos tus recursos propios no alcanzan los niveles establecidos… por Fráncfort. En pocas palabras, el Sabadell solo tenía una posibilidad y era fusionarse con el BBVA.

La oficialidad de las negociaciones duró solo 10 días. El 27 de noviembre se rompió el idilio entre Oliu y Carlos Torres y cada uno se marchó por donde había venido. El futuro del Sabadell volvía a estar en el aire. Sin embargo, la evolución bursátil dictaminó lo contrario. Así, una vez pasado el efecto fusión y desde comienzos de este año, la cotización del Sabadell se ha revalorizado un 32% frente al 12% del BBVA o al 19,8% de media del sector.

Al parecer, el mercado sí cree que el Sabadell puede seguir en solitario.