El no fichaje de Andrea Orcel por el Santander ha puesto sobre la mesa el papel de los fondos en las entidades financieras españolas. Efectivamente, el italiano, experto en banca de inversión y bien relacionado con sus colegas de los fondos, tenía como objetivo destronar a Ana Botín para colocarse él. Y todo con el apoyo de los fondos, como hemos contado en diversas ocasiones en estas mismas pantallas.

Los fondos actúan así. No les interesa participar de la gestión, pero cuando no reciben lo que habían previsto comienzan a exigir cambios, por ejemplo, del presidente o del Ceo. Y cada vez están más activos, son más grandes y se sienten más poderosos. Es la banca en la sombra, que no rinde cuentas ante nadie y se mueve con casi total impunidad.

BlackRock es un ejemplo de esto. El fondo dirigido por Laurence Fink (Larry para los amigos), es el primer accionista del Santander (5,4%) y del BBVA (5,9%), amén de otras cotizadas como Telefónica, Repsol y Amadeus, sin olvidar su destacada participación en Sabadell, Caixabank y Bankinter, es decir, en toda la banca del Ibex.

¿Y esto es bueno? Pues no, por mucho que el BCE pretenda vender que el mejor modelo de gobernanza es aquel en el que la propiedad está muy repartida y el consejo de administración, plagado de independientes. ¿No sería mejor lo contrario? Porque un consejero dominical, que se juega su propio patrimonio, luchará más por la empresa que un independiente que solo se juega el sueldo por acudir a las reuniones del consejo.

En esta línea, son las antiguas cajas de ahorro las que mejor se defienden de las exigencias de los fondos, al contar con ‘su’ fundación como accionista de referencia. Aun así, cuidado, porque los fondos no compiten entre ellos, como sí hacen las empresas o los bancos. Los fondos, por el contrario, pactan entre ellos porque les interesa lo mismo: exprimir a la empresa para obtener el máximo beneficio en el menor tiempo posible.

La actividad de los fondos -están más activos que nunca, como hemos señalado antes- viene propiciada, además, por actitudes como la de la vicepresidenta tercera del Gobierno y ministra para la transición ecológica. Ante la Opa anunciada por el fondo IFM sobre Naturgy, Teresa Ribera afirmó que España necesita capital extranjero. Oiga, sí, pero capital nuevo, es decir, que acuda a una ampliación de capital o que constituya una empresa desde cero, no que un extranjero compre lo que tenía un español. Que las acciones de una empresa española cambien de manos no aporta nada, y menos aún si la nueva propiedad es extranjera. Y menos todavía, y es más peligroso, si es un fondo.