Bancos patrios que, según el Banco de España, aún deben decidir su futuro: BBVA, Sabadell, Bankinter, Kutxabank, Abanca e Ibercaja
Leí en este periódico, al que le estoy muy agradecido, porque acoge desde hace ya tiempo con paciencia y cariño mis pensamientos en verso y prosa, el el artículo encabezado por el subtítulo de éste. Y se me ha venido a la cabeza mi experiencia en este sector.
Vaya por delante que no me considero un experto en este campo, sino un neófito sufridor del mismo, como la mayoría de los ciudadanos del mundo; y los que vendrán detrás de mí.
Tuve dos maestros que me lo dieron a conocer para que pudiera entenderlo. El primero mi padre, que era industrial -como se decía en aquella época-, y el segundo, el presidente de uno de los siete bancos, como también se los llamaba y que dirigía el banco que llegó a ser durante varios años el más rentable del mundo mundial, o del planeta que debemos salvar, como se llama ahora.
En el frontispicio ponía: Banco de Santander S. A. Orgulloso contesté: Sociedad Anónima. Mi progenitor me miró con una mirada que nunca olvidé, y en tono un tanto socarrón me dijo: estás equivocado, la S y la A significan, en este caso, sin alma
Cuando tenía apenas 10 años recién cumplidos, mi padre me llevó a una reunión con el abuelo de la actual presidenta del Banco Santander -actualmente solo Santander, con lo cual empieza dejar de ser banco -, Emilio Botín-Sanz de Sautuola López, y el entonces consejero delegado. Al llegar a la sede del banco en Madrid, antes de entrar, me pidió que leyera lo que ponía en el frontispicio. Sin pensármelo mucho leí: Banco de Santander S. A. A continuación me preguntó qué significaban las letras S.A. Esta vez sacando pecho y orgulloso contesté sin dudar: Sociedad Anónima. Mi progenitor, como ahora se les quiere llamar, me miró con una mirada que nunca olvidé, y en tono un tanto socarrón me dijo: estás equivocado, la S y la A significan, en este caso, sin alma.
Fue mi primera lección. Después de mis estudios, y pasado el tiempo, mi vida profesional fue de empresario. Y mi relación con los bancos, tanto españoles como extranjeros, transcurrió como la de esos matrimonios largos pero fructíferos de amor y odio, consiguiendo que hubiera más aprecio que desprecio; sin olvidar nunca que no tienen alma. Y en consecuencia, debemos fiarnos de ellos menos que de los políticos, evitándonos muchos disgustos.
La otra lección la recibí en el principio de la madurez, del presidente, que lo fue durante muchos años, del banco español más rentable del mundo. Un día hablando sobre bancos y banqueros, me soltó: yo lo que me considero es que soy un prestamista
La otra lección la recibí en el principio de la madurez, como he apuntado anteriormente, del presidente, que lo fue durante muchos años, del banco español más rentable del mundo. Un día hablando sobre bancos y banqueros, me soltó: yo lo que me considero es que soy un prestamista. Y tenía toda la razón. La base y el nacimiento de la banca es ser un prestamista, y su negocio se basa en recibir dinero de clientes, al abrir una cuenta corriente manteniendo un saldo más o menos grande, o simplemente haciendo depósitos; a los que se les paga un interés y prestarlo a los clientes que lo gastan a un interés mayor -que no puede ser usura-; y el diferencial es el negocio. Y de ahí la rentabilidad o no del mismo. Eso era una banca personal y personalizada.
Ahora las entidades financieras, que no bancos, ya no tienen clientes. Tienen súbditos obligados a abrir una cuenta, en una de estas entidades, para pagar unas facturas de empresas de las que nosotros somos obligados servidores, al ser empresas básicas -o de las llamadas estratégicas-, como son las de la luz, el agua, el teléfono, etc. Ya no son bancos, son meros comisionistas que nos cobran de esa obligación que nos han impuesto de abrir una cuenta “en su entidad financiera”; sino, ni siquiera existimos.