Lo decía una mujer ya entrada en años y, por tanto, ya de vuelta del tópico: la igualdad es el invento de un jiboso. Muy cierto: quien predica igualdad suele ser aquel que pretende equipararse al superior con ayuda ajena, no por méritos propios. Quien exige igualdad suele ser aquel que no se conforma con sus cualidades e interpreta el talento ajeno como una injusticia a fuer de una ofensa personal.

Al mismo tiempo, nada hay más distinto a un varón que una mujer, nada más distinto a una mujer que un varón. Ambas cosas, afortunadamente para ambos.

De ahí se deduce que la mujer no tiene por qué imitar al varón ni el varón a la mujer: son tan distintos como complementarios y han sido creados con atracción mutua y se les ha confiado nada menos que la subsistencia de la raza humana.

Ahora bien, lo sorprendente en el siglo XXI es que esta colección de obviedades, que a nadie se le ocurrió poner en duda en 4.000 años de civilización… se ha puesto en duda, solfa y almoneda, justo en el siglo XXI, gracias al virus feminista que ha inoculado a la mayoría del sexo femenino y a una parte del masculino, es decir, a la parte más idiota de los varones. Esto último resulta asombroso pero estoy en condiciones de asegurarles que es muy real.

El odio a la maternidad se ‘soluciona’ con el aborto. El odio al varón, con la ley feminista contra la violencia de género, toda una venganza de ella contra él

Y luego está la otra confusión, la del matrimonio, porque la pareja no debe ni puede regirse por la igualdad de derechos y oportunidades sino por la entrega mutua que es, atención, sometimiento mutuo. Sí hombre, no se asusten: él es propiedad de ella y ella propiedad de él, por libre asunción de un compromiso de donación. La explicación perfecta de la pareja es esta: recíproca sumisión. Y si no, pues no funcionará.

Frente a esto, ¿qué tenemos? La necedad feminista del enfrentamiento permanente y de la destrucción de matrimonios. Porque el virus feminista recorre el mundo. Se ha inoculado en millones de mujeres que han olvidado eso: que la  igualdad es el invento de un jiboso envidioso.

Y lo malo es que esta mutación de virus se ha convertido en una pandemia global que provoca aversión a la maternidad, a la masculinidad y a la familia… y que se pasa el día quejando y denunciando.

Ya se sabe que el feminismo odia dos cosas: la virginidad y la maternidad. Tranquilos, no saquen conclusiones precipitadas. Sigamos: el odio a la maternidad se ‘soluciona’ con el aborto. El odio al varón, con la ley feminista contra la violencia de género, toda una venganza de ella contra él. Hemos creado un contingente millonario de mujeres incapaces de amar, convertidas en depredadoras de sus parejas masculinas y ahora poseen una norma que se lo pone como a Fernando VII. Y aprobada por unanimidad por el conjunto del Parlamento. Quien ose incoar su revisión es un fascista, está claro.

Ejemplo: describíamos ayer, o anteayer, cómo funcionan las sensibles abogadas feministas, así como los abogados feministos, en cuanto surge el menor problema en el matrimonio: o aceptas las condiciones de tu esposa, las que le he pasado yo, o le digo que denuncie por violencia de género. Y ya sabemos lo que eso significa: que, por ejemplo, el esposo y padre sea arrancado de su casa, delante de sus hijos, por la guardia Civil. Ojo, y si te denuncio en viernes te quedas en la trena hasta que el lunes, cuando Su Señoría saque un rato para tomarte declaración.

No se cuántas denuncias falsas hay sobre malos tratos ni pienso discutir sobre ello pero sé que las amenazas sobre denuncias son ‘n’ siendo ‘n’ un número que tiende a infinito.

Y si la violencia física es indemostrable se inventan lo de la violencia psicológica, que da para mucho. Hombre, si sólo fuera el varón quien puede ejercer violencia psicológica, se supone que con gestos y palabras, y la mujer fuera incapaz de ello, tendríamos que concluir algo tan poco feminista como que la mujer es idiota. Y no, la mujer no es idiota. Puesta a hacer daño ‘psicológico’ es tan competente como el varón. Algunos opinamos que incluso mucho más. Sin embargo no recuerdo ninguna sentencia donde se haya condenado a la mujer por ejercer violencia psicológica contra el marido.

Hemos producido un contingente millonario de mujeres incapaces de amar, convertidas en depredadoras de todo lo que huela a varón

Y todo esto se quedaría en un brindis al sol si no fuera porque el antedicho virus feminista ha conseguido dos grandes logros. A saber: ha desatado la guerra de sexos, la batalla más global, más sangrienta y más idiota de toda la historia de la humanidad.

¿Y saben lo peor de todo? Que cada día se agudiza esa batalla entre los dos sexos y que cada día son más los varones que no se fían de sus mujeres o, sencillamente, las desprecian.

En segundo lugar, el virus feminista ha elevado al aborto al grado de homicidio más frecuentado de toda la historia de la humanidad. Se calcula que desde que comenzará la nueva era abortera, que se suele fechar -quizás habría que adelantarla- en la sentencia ‘Roe versus Wade’, han podido perpetrarse unos 2.000 millones de abortos quirúrgicos (del aborto químico mejor no hablo porque la estadística es imposible). Se trata del homicidio contra el ser más inocente y más indefenso: el concebido y no nacido.

Pero como el virus feminista se ha extendido y ha penetrado en cabezas y corazones antaño sensatos, las feministas han decidido elevar el aborto a la categoría de derecho.

Sí, el derecho a que una madre mate a su propio hijo en sus propias entrañas.  

Se trata de la más peligrosa pandemia global a la que se enfrenta la humanidad.