• "¡Basta ya! de represión", clama la Iglesia.
  • Pero el presidente moviliza al Ejército contra las protestas ciudadanas, que no cesan.
  • Ya se contabilizan 44 muertos, el último, un adolescente de 15 años.
  • Pero occidente se ha no mueve un dedo: se ha acostumbrado a la tragedia cotidiana.
Venezuela envió más de 2.000 militares y otros 600 efectivos de operaciones especiales al estado Táchira, en la frontera con Colombia, donde las protestas antigubernamentales han devenido en disturbios durante los últimos días, dijo el ministro de Defensa, informa Reuters. Tras seis semanas de movilizaciones opositoras, Vladimir Padrino, el poderoso general en jefe de las Fuerzas Armadas del país petrolero, responsabilizó a los adversarios del presidente Nicolás Maduro de agitar las calles para intentar derrocarlo y advirtió en la televisión estatal que los uniformados no lo permitirán. "He ordenado el traslado de 2.000 Guardias Nacionales a esa entidad y he ordenado trasladar 600 tropas de operaciones especiales para cumplir con la segunda fase del plan Zamora, en el más estricto apego a la Constitución y respeto de los derechos humanos", dijo Padrino. La oposición sostiene que la Guardia Nacional, encargada de mantener el orden público y cuyos efectivos han bloqueado día a día el avance de las concentraciones contra Maduro, es responsable de muertes de manifestantes por abusos en el uso de la fuerza. Ya se contabilizan 44 muertos, el último ha sido un adolescente de 15 años. En ese violento contexto, el presidente de la Conferencia Episcopal Venezolana (CEV), Mons. Diego Padrón, exigió al gobierno de Nicolás Maduro poner fin a la represión de las protestas en todo el país, recoge Aciprensa. "El carácter extraordinario de la presente Asamblea, motivada por la necesidad de escuchar la voz de Dios y discernir su voluntad en medio de las actuales circunstancias del país, pone de relieve, por una parte, la extrema gravedad de la situación y, por otra, los desafíos que ella nos plantea a los obispos", señaló. En su discurso, el Prelado afirmó que los obispos venezolanos "denunciamos el dúo fatídico 'represión–muerte' que nos ha vuelto dolorosa y triste la cotidianidad nacional", y "reiteramos un 'no' rotundo a las muertes violentas fruto maligno del desprecio a la vida, del odio de Caín hacia Abel y del rechazo del mandamiento divino. ¡No matarás!". Por ello "en nombre de Dios, repetimos 'Basta YA', porque la muerte de nuestros jóvenes en búsqueda de futuro y libertad no son muertes naturales sino provocadas e injustas. ¡Son asesinatos de los hermanos menores!". "La represión es en el fondo una señal de debilidad y desconfianza en los métodos democráticos, negación del humanismo del derecho intento de socavar la convivencia humana y confesión de impotencia para gobernar", expresó. Mons. Padrón recordó que los obispos, como ciudadanos venezolanos, tienen "el derecho y el deber cívico y moral de intervenir en todos los asuntos concernientes a la nación, sin otras limitaciones que las señaladas por la ética y las leyes". "Somos responsablemente imparciales, pero de ninguna manera neutrales", señaló el Prelado, que reafirmó la comunión de los obispos con el Papa Francisco y la unidad del Episcopado. Advirtió que los obispos se sienten interpelados por los "innumerables signos de muerte presentes en el discurso oficialista amenazador, los gestos agresivos, la imagen militarista, la mentalidad de dominio y conquista, los actos de prepotencia, la conducta arbitraria, las progresivas restricciones a la libertad", la corrupción, la ruina económica, "el descalabro de la educación, la impunidad frente al crimen" y la "fuga de los ciudadanos y familias". La situación de Venezuela, ocasionada por el "actual sistema político gobernante es razonablemente injustificable, éticamente ilegítimo y moralmente intolerable", advirtió. "No es este un juicio jurídico ni político sino moral y espiritual", expresó el Obispo, que pidió "una sincera conversión de las mentes y de los corazones que dé frutos de renovación, justicia y reconciliación". "Es la hora de un examen de conciencia, de una insurgencia espiritual y moral de los líderes y de los ciudadanos que promuevan desde el interior de las personas un cambio radical de la situación del país. La legítima protesta en la calle ha de ser pacífica y respetuosa de las personas y propiedades, y una señal de resistencia ética y civil", señaló. Pero occidente se ha no mueve un dedo: se ha acostumbrado a la tragedia cotidiana. Además, ¿a quién le preocupa hoy Iberoamérica? José Ángel Gutiérrez joseangel@hispanidad.com